La visita de Pedro Sánchez a Valencia para seducir a Compromís de cara a otro intento de investidura, y el anuncio de que también irá al País Vasco para hacer lo propio con el PNV tiene mucha más miga de la que parece.
Este arremangarse y volver a la carretera a sudar el voto, como cuando estaba desahuciado en el PSOE y le dio la vuelta al partido -nunca mejor dicho-, tiene ahora como teórica misión recabar los votos que pongan fin al bloqueo institucional. En realidad, Sánchez está convencido de que el escenario más probable es el de ir a nuevas elecciones. Y es una idea que no le disgusta.
Dos trofeos
Con su iniciativa viajera, el líder socialista busca dos trofeos. El primero, el de la imagen. Demostrar que por él no quedará y que, en sintonía con lo que prefiere una mayoría de españoles, va a bajar a la arena y va a trabajar durante el mes de agosto para poder formar gobierno en septiembre.
Sin embargo, tal y como desvelamos el lunes, en Moncloa están convencidos de que una repetición electoral es lo que más conviene a Sánchez, siempre y cuando el presidente pueda responsabilizar a otros de que ha sido imposible el acuerdo. Es lo que denominan hacer un Rajoy. Al líder del PP, esa jugada le salió redonda en 2016.
Siempre gana
El segundo triunfo que persigue Sánchez es el de continuar la labor de zapa con Pablo Iglesias. A Compromís, viejo aliado de Podemos, ya se lo ha ganado prometiendo mejor financiación para la Comunidad Valenciana. El siguiente paso es aislar aún más a los morados buscando el respaldo de IU y de En Comú.
En cualquiera de los escenarios posibles, Sánchez siempre tiene las de ganar. Si Iglesias claudica y finalmente puede sumar los votos suficientes, conseguirá formar gobierno después del verano. Y siempre podrá decir que se trabajó esos apoyos yendo a solicitarlos con humildad, puerta a puerta. Si hay que ir a nuevas elecciones, podrá decir que hizo todo lo posible por evitarlas, y las afrontaría en una situación de privilegio.