La Diada de este año ha servido para consignar una realidad sobre la que no caben matices. El independentismo ha pinchado, y lo ha hecho a pocas semanas de que se conozca el fallo del Tribunal Supremo. Se ha registrado la participación más baja desde que arrancó el procés: 400.000 manifestantes menos que en 2018.
La guerra intestina que viven los separatistas y el cansancio de la sociedad catalana explican seguramente el fracaso de esta convocatoria. Pero lo que es indudable es que esta desmovilización favorece a Pedro Sánchez, que en las 370 medidas que constituyen casi un programa de Gobierno declaró, expresamente, su rechazo a un referéndum de autodeterminación.
Radicales
En realidad, por mucho que el presidente Quim Torra llamara a los ciudadanos a la "desobediencia" contra el Estado, no asistimos más que al irresponsable canto de cisne de un político al que ya llaman "traidor" los propios independentistas y que en las próximas semanas se enfrenta a un juicio por desobediencia en el TSJC.
Para concluir la jornada, a última hora de la tarde del miércoles, grupos de radicales intentaron asaltar el Parlament, arremetieron contra los Mossos y agredieron a una periodista de TVE.
Reunión
Precisamente cuando el independentismo da síntomas de agotamiento, Albert Rivera ha instado al presidente del Gobierno a mantener una reunión para aplicar cuanto antes el 155. Lo ha hecho este miércoles en el Parlamento de viva voz, y ha insistido por escrito.
Aun siendo cierto que hay un presidente de la Generalitat llamando a la desobediencia un día sí y otro también, resulta paradójico que quien insta a Sánchez a formar gobierno con Podemos y los separatistas, le proponga al mismo tiempo volver al 155: como si un gobierno sostenido por ERC y Podemos fuera a prestarse a ello. Ese 155 hubiera tenido muchas posibilidades de prosperar, precisamente, si Cs lo hubiera puesto como condición para investir presidente al líder del PSOE.