A última hora de este miércoles se cancelaba el Mobile World Congress de Barcelona. El goteo incesante de bajas por el temor al contagio del coronavirus desembocó finalmente en el órdago de los principales operadores de telecomunicaciones que, con su plante, no dejaron otra opción.
Era la crónica de una cancelación anunciada. Como ya dijimos, hubiera sido desastroso para la imagen de Barcelona que el Rey hubiera tenido que inaugurar el congreso con una mascarilla. O que el aluvión de visitantes hubiera dado pie a algún contagio durante esos días.
Ciudad incómoda
El roto para la economía es considerable: se esfuman 473 millones de euros y dejan de crearse 13.000 empleos. Además, al haberse producido la cancelación sin que se haya decretado la alerta sanitaria por parte de las autoridades, la organización tendrá que abonar a los participantes cerca de 200 millones de euros como compensación.
Era lógico, por todo ello, que los organizadores hicieran lo posible y lo imposible para mantener la convocatoria. Pero ha faltado una línea clara de actuación. A medida que iban anunciándose más bajas, la dirección improvisaba un nuevo protocolo de seguridad sanitaria
Clima enrarecido
El entorno tampoco ha ayudado. La imagen que proyecta al mundo el Ayuntamiento de Barcelona, contrario al fomento del negocio y del emprendimiento, y el clima político enrarecido que se respira en Cataluña han hecho el resto.
Con ser dramática la cancelación, lo peor podría estar por llegar. Porque existe el riesgo de que las grandes tecnológicas no acusen esta suspensión en sus cuentas de sus resultados y descubran que exponer en la Fira de Barcelona les aporta menos de lo que creían. Ojalá no sea el caso, por el bien de todos.