Cualquiera que escuchara este martes la diatriba que desde la Moncloa lanzaba la ministra portavoz contra el PP, podría pensar que Pablo Casado es un antipatriota que se ha echado al monte con el propósito de hundir el país con tal de perjudicar al Gobierno.
"Trabaja contra los intereses de España","Ataca los intereses de las empresas españolas", "Habla mal de España para que nos impongan condiciones y lleguen menos fondos europeos"... Son sólo algunas de las frases que María Jesús Montero dedicó al PP, antes incluso de explicar los acuerdos del Consejo de Ministros.
Contactos discretos
Lo sorprendente es que la actitud furiosa de la ministra se produce en un momento en el que el PP ha empezado a tender puentes con el Gobierno. Ha trascendido la existencia de contactos discretos entre dirigentes socialistas y populares, también la voluntad de Casado de llegar a alianzas puntuales en materia económica e incluso su decisión de apoyar el decreto de nueva normalidad de Sánchez.
Hay una razón que explica esa contradicción de invitar pública y reiteradamente al principal partido de la oposición a "arrimar el hombro" y apartarlo a patadas cuando éste se presta a hacerlo. Está claro que el PSOE intenta preservar su pacto con Podemos, que peligraría con la colaboración de los populares. Pablo Iglesias y Casado son incompatibles en la misma ecuación.
Actitud ventajista
Sánchez se sabe con la sartén por el mango. Para sacar adelante su agenda izquierdista siempre podrá contar con sus socios de moción de censura, y en trances decisivos en los que el país requiera de un gran acuerdo, está convencido de que el PP no podrá dejar de comportarse como un partido de Estado.
Eso explica esa combinación de sartenazos y de llamamientos insistentes a "remar en la misma dirección". Es una actitud ventajista de Sánchez que podría volvérsele en su contra si Casado le tomara la palabra, pues quedaría al descubierto el farol de la "unidad". El problema del líder del PP es que, para lograrlo, necesitaría rectificar meses de oposición para mostrar su cara más amable y moderada, y sabe que, en cuanto lo hiciera, sufriría las dentelladas de Vox.