Después de cuatro jornadas maratonianas con sus correspondientes noches, la Unión Europea ha conseguido desbloquear las negociaciones para el reparto de los recursos de reconstrucción del Covid-19. Sustancialmente, el acuerdo establece un fondo de rescate para España y para Italia de 750.000 millones de euros y refuerza la capacidad de veto para los llamados países frugales.
Europa consagra la posición de estos Estados y las condiciones del primer ministro holandés, Mark Rutte, que ha conseguido que las ayudas estén supeditadas a la flexibilidad del mercado laboral y al establecimiento de medidas que frenen el constante incremento del gasto público en pensiones.
Freno de mano
En esencia, Pedro Sánchez consigue menos dinero de la UE y condiciones similares a las de un rescate, lo que debería conllevar que el Gobierno abandone la agenda ideológica, la derogación de la reforma laboral y las reformas necesarias para evitar gasto superfluo.
Que la Unión Europea entienda que es necesario el mecanismo político del freno de mano -por el que cualquier Estado miembro puede bloquear los fondos para España por incumplimiento de las recetas comunitarias- tiene una consecuencia: el Gobierno no podrá disparar el gasto público sin ton ni son.
Dos Europas
Al margen de la seguridad que genera la supervisión europea ante las políticas dogmáticas de Podemos, la gravedad de la crisis y la entidad de lo debatido en el Consejo Europeo ha servido para probar que hay dos Europas a las que ha resultado casi imposible poner de acuerdo en un pacto de mínimos.
El acuerdo, por reducido que sea, era más que necesario por todo lo que estaba en juego: desde la credibilidad de la UE a la supervivencia de los países que más han sufrido la pandemia. Sánchez debe interiorizar que Europa no es un maná inagotable y los países nórdicos, por contra, que sin Unión no hay salida. Ahora toca dar respuesta a la crisis y aprovechar el efecto confianza derivado de estas ayudas.