El sector primordial de España está en coma. Sólo el 25% de los hoteles permanecen abiertos en este mes de agosto, tal y como ha indicado el presidente de la Mesa de Turismo, Juan Molas. El indicativo es demoledor y viene a corroborar que el mazazo de nuestra economía lleva el camino de sostenerse dramáticamente en el tiempo.
No hay que olvidar que el sector turístico es el basamento de la economía española ni tampoco que tradicionalmente ha sido el alivio de las cuentas anuales en los peores años. Y en esta temporada se confiaba, siquiera hipotéticamente, en que los meses de verano ayudasen a amortizar el varapalo de la crisis. A fecha de 30 de junio, el sector ha perdido cerca de 70.000 millones de euros, casi 5.000 diarios.
Los vetos
Esta hecatombe del turismo español no sólo depende del Covid. O no enteramente del Covid. Desde el principio de la pandemia, la industria de los servicios exigió medidas concretas para paliar el frenazo de la actividad y, a la luz de los hechos, poco o nada se ha hecho para evitar la defunción de un sector que aporta más del 12% del PIB nacional y que genera, sólo en empleos directos, más de dos millones y medio de contrataciones.
Si en poco ayudaron las declaraciones recientes del ministro de Consumo, Alberto Garzón, calificando el trabajo turístico en España como "precario", la tragedia es mayor cuando, a la vista del veto de Reino Unido, Turquía y Grecia están beneficiándose del cerrojazo vacacional de nuestro país, tal y como revela EL ESPAÑOL.
Cordón sanitario
Junto a la censura de los británicos -con la excusa de las cuarentenas sanitarias-, Francia, Bélgica, Holanda y Noruega nos han confeccionado un cordón sanitario recomendando que no se viaje a España. Pero es que, desde dentro, la necesaria actividad diplomática no ha sido ni contundente ni vigorosa a la hora de defender el motor económico de nuestro país y a ese millón y medio de trabajadores que, según la misma Mesa del Turismo, pueden perder en breve su empleo.
Tiempos excepcionales precisan medidas extraordinarias. Ni hay un plan excepcional, ni una campaña ambiciosa para salvar una actividad que en España es trascendental. Nuestros competidores lo saben y el mensaje que le llega al viajero es el del caos y la inseguridad. Resulta irónico, pues, que el Gobierno persista en el imaginario de que hay que viajar dentro de nuestras fronteras.