Quim Torra ha dejado de ser presidente de la Generalitat de Cataluña este lunes. Lo ha hecho después de que el Tribunal Supremo confirmara su condena por negarse a obedecer a la Junta Electoral y mantener la cartelería independentista en la fachada de la Generalitat, un edificio público que no puede ser utilizado con fines partidistas. La Justicia le recuerda que ha desobedecido "al órgano constitucional encargado de la limpieza de los procesos electorales".
La herencia que deja Torra es la que es: ser el hombre de paja de Carles Puigdemont, prolongar el bloqueo político y ser incapaz de gestionar la pandemia en el ámbito de sus competencias. A partir de ahí, mera retórica que queda desmontada por la sentencia del Supremo, que desarma la falacia de que la desobediencia a la Junta Electoral constituya "legítimo derecho a la libertad de expresión".
Hombre de paja
Su discurso de despedida, al que intentó dar ese aire solemne que emplea el separatismo en las grandes ocasiones, se redujo a la acostumbrada palabrería victimista, contraponiendo esta vez "la república catalana del compromiso cívico" con "la monarquía española de Ejército y banderas".
Se había especulado con que Torra podría resistirse a abandonar la Generalitat en un último acto de rebeldía. Lejos de ello, acabada su intervención ante todos los consejeros de su gobierno, se marchó a su casa. Eso sí, mientras él acataba la ley, jaleaba a los catalanes para que se subleven contra el Estado represor. Lo propio de un mártir de baja intensidad.
El desafío continúa
Lo deseable ahora, y así lo reclama el constitucionalismo, sería la apertura inmediata del proceso para la convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas, pero la realidad es que en Cataluña se abre un período de interinidad en el que el actual vicepresidente, Pere Aragonès, asumirá el control de la Generalitat y, en connivencia con sus socios de JxCat, manejará los tiempos en beneficio de su causa.
Así pues, aunque el ciclo de Torra ha terminado, está claro que el desafío del separatismo continuará en los próximos meses. Y lo hará generando más incertidumbre en medio de la pandemia y ante un Gobierno central frágil que no cesa de hacer gestos a los nacionalistas. El último, lamentable, el del ministro Manuel Castells, para quien la decisión del Tribunal Supremo de inhabilitar a Torra es "una provocación".