La esperanza que ha traído la farmacéutica Pfizer con el anuncio de su vacuna contra el coronavirus contrasta con el drama diario que seguimos viviendo en todo el mundo, y en España en particular. El número de fallecidos habla por sí solo: en las últimas 24 horas el virus ha matado a 411 personas, la cifra más alta de esta segunda ola. Y la tendencia es al alza.
En un momento en el que el Gobierno ha delegado en las Autonomías la gestión de la pandemia, conviene poner el foco en dos: Cataluña y Andalucía. Ambas han sumado este martes más de 200 muertos. En Cataluña no ha funcionado el cerrojazo a la hostelería y está por ver que la anulación de cualquier actividad no esencial a partir de las 18.00 horas dé sus frutos.
Problema de país
Las cifras de víctimas están ya al nivel de marzo, y entonces hubo confinamiento general y aplausos a los sanitarios a las ocho de la tarde. En el fondo, el desborde de las Comunidades en este asunto está revelando su impotencia. Son ellas las que ahora tienen que ir improvisando soluciones a un problema que la realidad indica que sólo puede abordarse como país.
Delegar en las regiones la batalla contra la Covid-19 sume a las propias Administraciones en un caos normativo que ahonda en la confusión de los ciudadanos, que aumenta la sensación de desprotección y obstaculiza la coordinación ágil que se precisa en situaciones de catástrofe.
Horizonte lejano
Mirar a nuestro alrededor nos ayudará a comprender también la gravedad de la situación. Italia, que sufrió la primera el drama del inicio de la pandemia, ha solicitado ayuda médica a otros países por el colapso hospitalario. Alemania ha empezado a recibir pacientes holandeses porque empiezan a faltar ya UCI a sus vecinos.
Con un índice de saturación hospitalaria que supera ampliamente el 30%, conviene que el Gobierno se prepare para el peor escenario. Los ciudadanos hacen bien en interiorizar que la vacuna aún tiene un horizonte más que lejano, y en seguir alerta.