Va a ser coherente esta vez Pedro Sánchez cuando asegura que "PGE" son las únicas siglas que importan... ¡pero a qué precio!, habría que añadir. El mismo día que el Ejecutivo cedía al PNV el cuartel militar de Loyola en San Sebastián a cambio de su apoyo presupuestario, conocíamos el penúltimo episodio de la negociación con ERC.
El nihil obstat del partido de Oriol Junqueras para la aprobación de las cuentas públicas pasa por dos requisitos que ilustran muy bien la coacción sistemática de los separatistas. Exige ERC el fin del control financiero a la Generalitat por parte del Estado central y la puesta en marcha de una comisión para acabar con el supuesto "paraíso fiscal" de la Comunidad de Madrid. O en román paladino: que a los madrileños les suban los impuestos.
Asumir el mantra
Al margen de la obsesión recurrente con Madrid que está detrás de este ya preacuerdo entre el Gobierno y los separatistas, hay algo aún más lacerante: el modo en que la izquierda ha aceptado las paranoias del nacionalismo.
Luego, claro, es la propia realidad la que desmiente esos argumentos espurios de que Madrid vampiriza al resto de España. De hecho, son muchos los factores en los que la capitalidad es un hándicap: desde la inexistencia de ventajas fiscales como en otras Comunidades a la injusticia de que, siendo la Autonomía que más aporta al fondo común, es la novena en financiación por habitante. Y ante esta disonancia, ningún madrileño ha puesto el grito en el cielo.
La capitalidad
En cualquier caso, tiene bemoles que el mismo partido que alentó el golpe separatista que produjo una estampida empresarial en Cataluña y ha empobrecido a sus ciudadanos, pretenda dar lecciones ahora de compromiso y coherencia tributaria.
Su ofuscación es tal, que lleva a los nacionalistas a tragarse su propio programa y a exigir a Sánchez una recentralización fiscal con el único objetivo de subir los impuestos a Madrid. Lo peor es que ya se les ha concedido lo indecible: hasta blanquear la madrileñofobia.