La muerte de Diego Armando Maradona, a los 60 años en Tigre (Buenos Aires), pone el colofón a una forma muy particular de entender el deporte y de entender la idiosincrasia de un país como Argentina -también Italia-. Del niño que con 11 años destacaba ya con sus gambetas en los barrios pobres al ídolo de masas que se tatuó a Fidel Castro o al Che Guevara va toda una biografía que pone de relieve que hay leyendas del deporte que han escrito la historia para lo bueno y para lo malo.
Los méritos futbolísticos del Pelusa están ahí por esa trinidad que se da con él: magia deportiva, calado popular y la oportunidad de las circunstancias en que despunta. Por eso hay que subrayar un momento en la Historia del fútbol y de Argentina: corre 1981 cuando el Fútbol Club Barcelona, después de largas negociaciones, trata de fichar a Maradona por 1.000 millones de pesetas de la época.
Sin embargo, es la intervención de un alto cargo de la dictadura argentina, el almirante Carlos Alberto Lacoste, quien frena el traspaso desde Argentinos Juniors. La razón: tras ganar el Mundial de 1978 con un Kempes en plan estelar necesitan un nuevo ídolo para el de 1982 -el disputado en España- y tratar de seguir blanqueando así la dictadura de Videla.
700 días, 700 noches
No obstante, en 1982 Maradona llega al Barça como el fichaje más caro hasta entonces, y la expectación no hace sino crecer en la Ciudad Condal. Sin embargo, los 700 días que pasa en su primera etapa española lo sumergen en el peor laberinto: el de las drogas y las malas compañías.
La famosa entrada de Andoni Goikoetxea en un partido contra el Athletic Club le deja más de cuatro meses en el dique seco, que contribuyen a que su vida personal se emponzoñe hasta el punto de que el entonces dirigente culé, Josep Lluís Núñez, decide traspasarlo al Nápoles.
Si algo ha caracterizado el paso del astro argentino por este mundo han sido sus sucesivas resurrecciones. Es en la ciudad italiana donde se convierte en algo más que un ídolo, en una suerte de santón napolitano. Un símbolo de la ciudad y del sur de Italia capaz de frenar, en lo deportivo, la arrogancia de los equipos del norte.
Juguete roto
Es el propio Maradona quien lleva a su máxima expresión su condición de argentino y napolitano, y esto se pondrá de manifiesto cuando, en el Mundial del 90, el azar cruza a Italia y Argentina en la cancha del Nápoles y medio estadio apoya a la albiceleste. Precisamente en Nápoles, sus relaciones con destacados miembros de la Camorra lo vuelven a poner en el disparadero.
Después, el escándalo por dopaje en el Mundial de EEUU en 1994, una vida sentimental desgarradora, el retorno a Argentina, su polémica designación como seleccionador albiceleste y los sempiternos escándalos mediáticos... La tragedia que supone ser un Dios en vida. Hay una imagen que lo resume bien: el último club que entrenó, Gimnasia y Esgrima de La Plata, le hizo un trono real en el banquillo.
Maradona, referente para varias generaciones, se ha ido para siempre. Su figura sería incomprensible en el deporte actual. Por eso, el mundo se divide hoy entre quienes tuvieron la fortuna de verle en la cancha y los que sólo le conocieron tras su retirada.