La ciudad de Washington vivirá este miércoles, desfondada y blindada, el acto de proclamación de su nuevo presidente, el demócrata Joe Biden.
Lo hará bajo la protección de 25.000 soldados de la Guardia Nacional. Una clara señal del clima enrarecido, casi tóxico, en el que el nuevo presidente deberá asumir su cargo.
La investidura de Biden tiene lugar en el contexto de una polarización social y política que es, en buena parte, fruto del populismo de Donald Trump, pero también de los antitrumpistas. Esos que han exigido ya aprovechar su momento para vengarse de aquellos americanos que han mostrado su apoyo al presidente saliente.
Ausencia de Trump
Donald Trump, a diferencia de su vicepresidente Mike Pence, no estará presente en la toma de posesión de Joe Biden. Pero su presencia gravitará sobre todos los presentes.
Hasta el último minuto, Trump ha azuzado de forma trágica la sombra de irregularidades en las pasadas elecciones presidenciales. Acusación que derivó en el esperpéntico asalto al Capitolio protagonizado hace dos semanas por los seguidores más fanáticos del magnate neoyorquino.
Huelga decir que fue el propio Trump el que agitó las protestas en sus redes sociales en un ejercicio de irresponsabilidad inédito en la historia estadounidense. No resulta difícil ver las semejanzas, obvias, entre las soflamas de Trump y el apreteu de Quim Torra a las cohortes violentas de los CDR, o el golpe contra la democracia ejecutado por ERC y JxCAT en 2017.
Pero por más que especulemos sobre cuál era el verdadero objetivo de Trump cuando alentó y jaleó las protestas de sus seguidores, lo que nadie duda hoy es que el sistema estadounidense, el del bipartidismo tranquilo, ha quedado seriamente dañado.
Evitar la polarización
A los republicanos les toca ahora analizar qué ha fallado para que un antisistema haya conseguido exprimir la plataforma que le ofrecía el partido y entrar como un elefante en la cacharrería de la Casa Blanca.
A Joe Biden le toca, por su parte, sanar con mucho tacto las profundas heridas provocadas en la sociedad estadounidense por la extrema polarización política de los últimos años. Y más pronto que tarde.
De nada servirá, en fin, actuar contra los Proud Boys y otros grupos paramilitares de extrema derecha que han florecido durante los últimos años al amparo de Trump si no se actúa en el mismo sentido contra movimientos igualmente radicales como Black Lives Matter o los antifa.
Nada será más peligroso para Biden que la percepción de que se actúa contra unos violentos mientras se tolera a los violentos de signo contrario.
El objetivo es evitar que la sociedad estadounidense se parta en dos. Los expertos señalan que el talante pragmático del nuevo presidente, que también aplicará en el terreno de la política exterior, será decisivo.
Biden es, incluso desde la óptica europea, un centrista escasamente ideologizado, no un radical como Bernie Sanders. Y esa es una buena noticia.
América grande
A Biden le corresponderá, paradójicamente, ejecutar el lema de Trump y hacer América grande de nuevo. Eso implica volver a asumir, sin complejos, el liderazgo de las democracias occidentales que le corresponde por derecho a los Estados Unidos.
También le tocará devolver a los Estados Unidos a una escena internacional de la que Trump huyó a golpe de bravata geopolítica, de arrebatos contradictorios y de tuits maniqueos.
Es cierto que Joe Biden no es ni mucho menos un atlantista activo. Como tampoco lo fue Barack Obama. Pero en un mundo globalizado y amenazado por el crecimiento de dos sistemas refractarios a la democracia como Rusia y China, el más que necesario equilibrio mundial pasa por ese reforzamiento de los Estados Unidos.
Más aún teniendo en cuenta la crisis de identidad de la Unión Europea, que ha vivido un brexit doloroso y cuya importancia en la escena internacional mengua poco a poco, protegida por la burbuja de su propio bienestar.
Huir del revanchismo
Especialmente perjudiciales fueron los aranceles impuestos por Trump a los productos europeos. También su guerra comercial con una China que ya antes de la pandemia generaba pavor entre los analistas económicos y militares.
Que Donald Trump haya tratado hasta el último día de su presidencia de perpetuar su legado con indultos y medidas a su mayor gloria debe ser el aldabonazo definitivo para que se ponga punto final a una de las etapas más difíciles de la historia del país.
Es tarea de Joe Biden apagar todos los fuegos encendidos por su antecesor. Curar América es una tarea hercúlea, pero el nuevo presidente sabe bien, por su experiencia política, que el Despacho Oval comporta este tipo de retos.
Va en su sueldo de presidente de los Estados Unidos de América.