Los once escaños de Vox son un éxito tan indudable como estéril para los de Santiago Abascal. Un éxito que, además, implica un enorme retroceso para la causa que en principio dice defender Vox: la de la unidad de España.
Que el éxito de Vox es en realidad una derrota para el constitucionalismo lo demuestra el hecho de que en 2017, el primer partido no separatista y no de izquierdas en el Parlamento catalán era Ciudadanos, con 36 escaños. Hoy, ese primer partido es Vox, con 11. Ciudadanos ganó las elecciones. Vox ha quedado en cuarta posición.
¿Dónde está el progreso para el constitucionalismo? Si Ciudadanos (es cierto que en buena parte por renuncia propia) no ha pintado nada en el Parlamento autonómico catalán con 36 escaños, ¿qué pretende conseguir Vox con 11?
Ni siquiera el análisis realizado ayer por muchos de los seguidores de Vox en las redes sociales es correcto. Porque la victoria de Vox no se ha producido a costa del PP, sino de Ciudadanos. Si a alguien ha sorpasado Garriga no es a Fernández, sino a Carrizosa.
Vox contra Ciudadanos
En términos relativos, el PP, que ya partía de unos resultados muy malos en 2017, apenas ha bajado un 0,39%. Ciudadanos, en cambio, ha caído casi un 20%. Dicho de otra manera: Vox le ha comido voto a los naranjas, no a los populares.
La paradoja tiene fácil explicación. Si algo han demostrado las elecciones de este 14 de febrero es que los buenos resultados de Ciudadanos en 2017 se produjeron por la suma de dos tipos de votantes radicalmente distintos.
El primero, el exvotante del PSC decepcionado con la deriva nacionalista de su partido y asustado por la violencia del procés.
El segundo, un votante claramente de derechas que, a falta por aquel entonces de un partido como Vox y decepcionado con el PP, optó por votar a Ciudadanos.
Ayer, ese primer tipo de votante volvió a su partido natural, el PSC, porque la perspectiva de una deriva unilateral del procés similar a la de 2017 parece hoy muy lejana. Un indulto puede ser un plato difícil de tragar, pero mucho menos desde luego que una declaración unilateral de independencia que conduzca a un conflicto civil.
El segundo tipo de votante tiene ahora un partido natural para él: Vox.
Las urnas catalanas arrojaron ayer una segunda evidencia. El Ciudadanos de 2017 era un partido de aluvión al que le ha resultado imposible mantener cohesionada una base de votantes que en realidad tenían muy poco en común entre ellos, más allá de las circunstancias coyunturales de aquellas elecciones en concreto.
Sánchez, el más contento
El buen resultado de Vox beneficia a Pedro Sánchez más que a ningún otro líder político actual, incluido Santiago Abascal. También a unos independentistas que ahora esgrimirán la supuesta amenaza del auge de la ultraderecha para cohesionar a sus huestes y, probablemente, repetir su gobierno separatista.
En este sentido, el resultado de las elecciones catalanas no podría haber sido mejor para los estrategas de Moncloa. Porque aunque el análisis atento de los datos no conduzca a esa conclusión, los medios afines a la coalición en el Gobierno venderán la idea de que Vox amenaza ya la hegemonía del PP en el centroderecha y la derecha. Una de esas profecías autocumplidas que tanto se estilan en la España de los últimos años.
Pero la verdadera mala noticia para el PP es otra muy diferente. Porque lo que sí es cierto es que el voto que ha perdido Ciudadanos no ha ido al PP, sino al PSC y a Vox.
Lo que a su vez plantea la posibilidad, inquietante para Pablo Casado, de que esos 1.650.000 votantes que en 2019 optaron por Ciudadanos, más ese millón extra de abstencionistas que se le presuponen a los naranjas, vayan a parar en el futuro al PSOE o a Vox, pero no a su partido.
Pero eso es adelantarse a los acontecimientos. Porque lo que hará Vox ahora en primer lugar es esgrimir, a su favor, aquella frase que tanto se repitió en 2019: "No hay espacio en la derecha para tres partidos". "Y ni siquiera para dos", añadirán a continuación.
Pero una unidad de la derecha liderada por Vox sólo haría que consolidar la foto de Colón.
Es decir, el escenario soñado por Moncloa: una derecha liderada por un partido que provoca tanto rechazo como el que genera Podemos desde la extrema izquierda, un centro del que se ha expulsado al PP y Ciudadanos y que el PSOE ha ocupado a placer, y una amalgama de partidos populistas, cantonalistas y nacionalistas cuya única función sea apoyar al PSOE, a cambio siempre de exigencias perjudiciales para los españoles.
El escenario que arrojaron las urnas catalanas es bueno para Vox, pero aún mejor para el PSOE y para Podemos. Si ese escenario se repitiera en unas elecciones nacionales, los más felices serían, sin duda alguna, aquellos contra los que Vox dice luchar.