Habría sido un milagro que el F.C. Barcelona escapara indemne de esa epidemia de insensatez frívola, rayana en la tentación suicida, que ha infectado hasta el último rincón de la sociedad catalana durante la última década.
Es cierto que la trayectoria reciente del club no invitaba al optimismo. Los malos resultados deportivos, el Barçagate, los enfrentamientos entre la presidencia y los jugadores, las venganzas personales y las filtraciones interesadas destinadas a minar el prestigio de Lionel Messi aconsejaban dejar las riendas del club en manos de alguien con un mínimo de sobriedad personal y sentido común que pusiera orden en el caos.
Pero la elección de Joan Laporta, sin duda alguna el candidato más histriónico, esperpéntico y políticamente radical de todos los que se presentaban a los comicios, ha dejado claro que el socio del Barça, tocado suelo, ha decidido seguir cavando en dirección a no se sabe muy bien dónde.
Como si no quisieran dejar una sola institución catalana sin contaminar, y haciendo caso omiso de esa vieja sabiduría que dice que segundas partes nunca fueron buenas, los socios del Barça han decidido que Laporta sea el encargado de encarar la reforma del Camp Nou, un estadio que se cae literalmente a pedazos, el futuro de Ronald Koeman y la hipotética renovación de Messi.
Luz de Gas
Aunque el nuevo presidente del F.C. Barcelona se ha tomado la molestia de fingir durante la campaña electoral que ya no es aquel cuyas míticas fiestas en la sala de fiestas Luz de Gas eclipsaban las del mismísimo Hugh Hefner, lo cierto es que nada hace pensar que Laporta vaya a mantenerse al margen del clima de decadencia que empapa la comunidad catalana.
Por de pronto, la Asamblea Nacional Catalana (ANC), la más radical de las sociedades civiles del separatismo, ya ha mostrado su entusiasmo por la victoria de Laporta. El control político del Barça es una vieja aspiración del nacionalismo desde que Jordi Pujol ejecutó la operación Sixte Cambra para destronar a José Luis Núñez y convertir el club en la delegación deportiva de la Convergencia de finales de los años 80.
Es cierto que tan indudable es la adscripción independentista de Laporta como su imprevisibilidad. También es cierto que, en el pasado, Laporta supo separar su faceta como presidente del F.C. Barcelona de su faceta política, encarnada en aquellos rocambolescos Partit per la Independència, que compartió con Pilar Rahola y Àngel Colom, y Democràcia Catalana, junto a Alfons López Tena y Uriel Beltran.
Pero aunque el Laporta de 2021 se encuentra al equipo en un estado similar al que se encontró en 2003, es decir, en plena crisis deportiva, la situación del club no es la misma. La epidemia ha devastado la economía del club y la gestión de la anterior junta se encuentra bajo sospecha. Tanta sospecha, de hecho, que la prensa catalana habla ya de posibles responsabilidades penales.
Tres pilares catalanes
El F.C. Barcelona es uno de los tres pilares en los que se apoya la sociedad catalana del siglo XXI, junto con la Generalidad y CaixaBank.
La Generalidad está hoy, y continuará estando muy probablemente durante los próximos cuatro años, en manos de esos ferósticos embarretinados de los que hablaba Félix de Azúa en su famoso artículo Barcelona es el Titanic.
La segunda se esfuerza por capear el temporal del procés, de la epidemia y de la decadencia de la economía catalana, intentando salir lo menos dañada posible de esa tormenta perfecta de catástrofes. En la retina de todos los españoles está la imagen de los trabajadores de la entidad cortando la Avenida Diagonal de Barcelona para apoyar el golpe contra la democracia de Puigdemont y Junqueras en 2017.
El tercero ha caído en manos del mesiánico Laporta, ese Jesús Gil catalán que ha hecho bandera del populismo y en el que muchos barcelonistas confían para que el F.C. Barcelona vuelva a los años gloriosos de Ronaldinho, Rijkaard y Guardiola.
El Barça corre con Laporta serio riesgo de convertirse en un club de nicho, estrictamente local, es decir provinciano, y cuyas claves sólo sean comprensibles para ese sector de la sociedad catalana inmersionado en los entresijos de la cábala procesista.
A la crisis económica, la crisis deportiva, la crisis judicial y la crisis institucional, Laporta deberá sumar un cuarto problema durante su presidencia: el intento por parte del nacionalismo de convertir el F.C. Barcelona en un embajador de las neurosis separatistas. En un frenopático con partido dominical, en definitiva.
¿Quo vadis, F.C. Barcelona?