La historia es pendular. Todo acaba donde empieza y los partidos que venían a acabar con el bipartidismo empiezan a disolverse como azucarillos. Porque, que no quepa duda alguna: la decisión de Pablo Iglesias de presentarse como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid es una huida hacia adelante.
Como ocurrió en el incendio de Chicago, lo que parecía un evento aislado en Murcia ha desatado un terremoto a gran escala. Pero, como ha dicho el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, la política en nuestro país es como una montaña rusa: "Lo malo que tiene es que, además del vértigo y de que nunca tienes los pies en el suelo, terminas más o menos cerca donde has salido".
En otras palabras. Las últimas decisiones de Unidas Podemos y de Ciudadanos podrían devolvernos al camino del bipartidismo. Mientras en la izquierda estalla una guerra intestina, el centro liberal está en la UCI. La aventura de Iglesias como candidato a la Asamblea madrileña arrambla con todo. Incluido Pedro Sánchez.
El destrozo que le ocasiona el líder de Podemos a la izquierda de PSOE y Más Madrid es, sin embargo, el mejor regalo posible para Isabel Díaz Ayuso.
Una oportunidad única
El Partido Popular tiene ahora la palanca que le permitirá movilizar el voto centrista contra el líder de Podemos, ese populista que atemoriza Madrid y que, queriendo ser la novia en la boda, podría acabar siendo el muerto en el entierro.
Pero la realidad es que la decisión de Iglesias cambia el escenario desde el centro hasta la extrema izquierda. Porque, ¿quiénes votarán el 4-M por Ciudadanos o por Ángel Gabilondo?
Ciudadanos pasa a un segundo plano y lucha por la supervivencia. Si sus rocambolescas decisiones de la semana pasada aconsejaban que Inés Arrimadas adoptara medidas contundentes en el seno del partido, el movimiento de Iglesias las hacía imprescindibles. Acaso presentarse ella como candidata. Un verdadero acto de coraje para salvar a su partido y marcar terreno propio frente al PP.
Al Partido Socialista sólo le queda volcarse con su candidato si quiere evitar un posible sorpaso de Podemos, que plantea las elecciones como unas primarias por la hegemonía de la izquierda. Una izquierda cuyo desequilibrio se acentúa con un Iglesias que va a menos, como una llama a punto de extinguirse.
El afán del candidato morado es reeditar su propia historia. Otro órdago a Sánchez como ese de 2016 en el que exigió, antes siquiera de haber hablado con el PSOE, los ministerios de Interior, de Economía, de Sanidad, de Defensa y de Exteriores, entre otros caprichos menores.
Esto sólo puede terminar, lógicamente, con la reafirmación del PSOE y un fracaso del líder de Podemos. Llegados a este punto, los populistas acabarían desapareciendo o convirtiéndose en una nueva Izquierda Unida.
No es descabellado pensar, incluso, que Sánchez preferiría facilitar un Gobierno de Ayuso a dejarse adelantar por Podemos.
Una afrenta pública
Iglesias, ya es evidente, es el deus ex machina de la izquierda. Quita y pone a voluntad, como si viviese en su serie favorita de Netflix. Irene Montero, Yolanda Díaz, Ione Belarra, Íñigo Errejón y el mismo Pedro Sánchez son algunos de los nombres con los que ha jugado a los cromos. Habrá que ver si todos los músicos de su orquesta son dóciles.
Y por más que se venda como el adalid de los trabajadores, sus presuntos votantes siguen en Vallecas (no excesivamente entusiasmados con el nuevo Iglesias, como explica hoy Lorena G. Maldonado en EL ESPAÑOL), mientras él ya está en Galapagar.
En la práctica, y por más que Sánchez quiera mantener la compostura, el agravio es múltiple porque ha prendido la mecha que podría llegar incluso a dinamitar el Gobierno. Todo un gesto de desdén, tanto en las formas como en el contenido.
Esta afrenta, además, le impide a Sánchez controlar los tiempos. Una de las mayores facultades de las que goza un presidente y un poder que Iglesias le ha usurpado a Sánchez.
Que el propio Iglesias aspire a ser el siguiente presidente de la Comunidad de Madrid parece responder a su pulsión de animal político que le hizo llegar desde La Tuerka hasta la vicepresidencia del Gobierno. Pero el nuevo panorama apunta al bipartidismo.