Ni el comunismo ni el fascismo son la gran amenaza que se cierne sobre los ciudadanos madrileños tras las elecciones del 4 de mayo. Porque ni Isabel Díaz Ayuso tiene pensado asaltar el Congreso de los Diputados o expulsar a gais y menores extranjeros no acompañados de la Comunidad ni Ángel Gabilondo sueña con construir checas en la Gran Vía o con expropiar las viviendas y los negocios de los ciudadanos de Madrid.
Si algo se decide el 4-M no es qué 50% de los madrileños sobrevivirá a la supuesta hecatombe de una victoria de PP o de PSOE, sino qué papel debe jugar el populismo en Madrid, cuánta presión fiscal es la justa y necesaria para que la Comunidad mantenga su posición de locomotora de la economía española o cómo puede el gobierno autonómico evitar la despoblación de las provincias que la rodean.
El verdadero peligro el 4-M es otro. Concretamente, el de que Vox y Podemos tengan la fuerza suficiente como para condicionar un hipotético gobierno de Isabel Díaz Ayuso o de Ángel Gabilondo. Ese es el peligro real, y no ayuda en nada a despejarlo que PSOE y PP hayan asumido el discurso radical, estrictamente lunático, de los partidos de Iglesias y Abascal. Porque ni Gabilondo es comunista ni Ayuso fascista.
Basta ya, en resumen, de atribuir a los líderes de PP y PSOE las supuestas características de Vox y Podemos. Y basta ya de distinguir entre Podemos y Vox. Podemos es el Vox de la izquierda. Vox, el Podemos de la derecha. Hasta que no se asuma esa idea elemental, de puro sentido común, el terreno continuará desnivelado en España.
Asumamos también que Vox y Podemos son, efectivamente, un peligro para la convivencia. Pero también para la democracia. No demos por sentado en ningún caso que esta tiene las espaldas lo suficientemente anchas como para soportarlo todo. Porque otras sociedades, tan democráticas como la nuestra, se han despeñado antes por el barranco de esa injustificada confianza.
Una dinámica peligrosa
Otro peligro de las elecciones del 4-M es que un buen resultado en las urnas de Iglesias y de Monasterio genere la idea de que esa estrategia de crispación y de violencia, a veces dialéctica y a veces física, que han alentado ambos partidos da beneficios en las urnas.
La dinámica que Vox y Podemos han puesto en marcha en la Comunidad de Madrid no debe llegar bajo ningún concepto a la política nacional.
Y por ello, para que esta dinámica no se repita a escala nacional en las elecciones generales que se celebrarán dentro de dos años, EL ESPAÑOL pide que los cuatro partidos madrileños homologables a los estándares democráticos europeos (PP, Ciudadanos, PSOE y Más Madrid, cuatro ramas de la democracia liberal) se comprometan a evitar que Vox y Podemos tengan la menor influencia en el gobierno que salga de las urnas.
Y eso implica el compromiso de facilitar la investidura del candidato más votado del bloque que obtenga más votos: PP + Ciudadanos o PSOE + Más Madrid. El objetivo es facilitar la estabilidad del gobierno autonómico impidiendo que Monasterio e Iglesias puedan condicionar las políticas y el discurso de este.
PP y PSOE deben, en definitiva, hacer eso que no hizo el Sánchez del "no es no" o el PP de los dos últimos años. Sacrificarse por los españoles impidiendo que los extremos emponzoñen el centro y facilitar un pacto entre demócratas que permita una alternancia serena en el poder. Alternancia serena que resulta más esencial que nunca dada la delicada situación sanitaria y económica que vive nuestro país.
Laxitud retórica
Es obvio que ni PP ni PSOE harían uso del lenguaje y de las estrategias que están empleando en la actualidad si no se sintieran acosados electoralmente por dos partidos a los que beneficia políticamente la generación de un estado de excepcionalidad democrática continua y de la idea de que la democracia constitucional está al borde de la quiebra.
Ni el comportamiento de Iglesias ni el de Monasterio durante estas semanas es aceptable en democracia. Ni siquiera la laxitud retórica de una campaña electoral justifica ese proceder.
El objetivo legítimo de alcanzar el poder no puede ser justificación para que PP y PSOE alimenten en lo más mínimo a quien sólo lo desea para laminar el Estado de derecho.
Está en la mano de PP, Ciudadanos, PSOE y Más Madrid poner pie en pared frente a los partidos gamberros de sus respectivos bloques. Está en sus manos neutralizar sus desafíos y sus bravuconadas, y lograr que esta campaña electoral sea la última en la que personajes como Rocío Monasterio o Pablo Iglesias disfrutan de la posibilidad de reventar la convivencia entre españoles.