La rapidez de la victoria talibana y la relativa escasez de esas imágenes de extrema crueldad que el mundo entero asocia al extremismo islámico han generado en Occidente la idea de que los talibanes de 2021 no son como los de 2001.
El mismo Josep Borrell, máximo responsable de la política exterior de la UE, afirmó este martes que los talibanes "han ganado la guerra" y que eso obliga a Europa a "tratar con ellos". Aunque matizada posteriormente, la idea parece, como menos, prematura.
Conviene no confundir los deseos con la realidad. Los talibanes de 2021, efectivamente, no parecen los talibanes de 2001. Pero es dudoso que el motivo sea su conversión a las bondades de la democracia liberal y el respeto de los derechos humanos, sino más bien a su aprendizaje de las técnicas más elementales de la comunicación política.
Basta un solo ejemplo. Tras su entrada en Kabul, los talibanes enviaron un mensaje de WhatsApp a cientos de miles de ciudadanos de la capital afgana. "Estamos a cargo de la seguridad de Kabul" dijeron. "El Emirato Islámico garantiza que nadie debe entrar en pánico o tener miedo" añadieron luego.
Mensaje a sus aliados
La promesa talibana de una amnistía general y la de que los insurgentes no buscan "venganza" han hecho a muchos albergar esperanzas de que el nuevo régimen se muestre al menos levemente menos cruel que el que controló el país antes de la entrada de las tropas estadounidenses en 2001.
"Vamos a instaurar una amnistía y no va a haber represalias contra nadie" ha dicho el portavoz talibán Zabihullah Mujahid. Mujahid también ha dado garantías de que Afganistán no será utilizado "contra nadie".
El mensaje ha sido interpretado por muchos como la promesa de que los talibanes no darán refugio o permitirán que se asienten grupos terroristas en su territorio.
Pero el mensaje parece más bien dirigido a sus nuevos aliados, Rusia y China. Países que a cambio de la promesa de reconocimiento del régimen talibán han obtenido garantías de que este no alentará revueltas uigures (en China) ni contribuirá a desestabilizar las repúblicas de la órbita soviética (y sobre todo la más vulnerable de ellas, Tayikistán).
Un régimen 'legítimo'
Conviene recordar que la reconquista de Afganistán por parte de los talibanes ha sido en la práctica un plácido paseo militar. El abandono del país por parte de los Estados Unidos ha hecho que las únicas imágenes que nos llegan del país más allá del aeropuerto de Kabul, todavía controlado por Occidente, sean sólo las que los talibanes permiten.
Conviene recordar también que los talibanes de 2001 no contaban con el apoyo de prácticamente ningún país más allá de la esfera de influencia del radicalismo islámico y que ahora han sido recibidos por sus dos vecinos más poderosos, China y Rusia, como un régimen legítimo, lo que les dota de una enorme tranquilidad.
Conviene recordar, finalmente, que los talibanes no son un grupo de pastores fanáticos sin mayor inteligencia estratégica, sino una fuerza militar organizada cuyos líderes no se esconden en las cuevas de alguna montaña recóndita, sino en un palacio de Doha, Catar.
Más allá de las esperanzas y los deseos, que apenas sirven para tranquilizar alguna que otra mala conciencia occidental, conviene atenerse a los hechos.
Si los talibanes quisieran demostrar que no son esa fuerza de extremistas asilvestrados que sus portavoces niegan una y otra vez ser, su primera decisión debería ser la de permitir que todos los colaboradores afganos de las embajadas y las organizaciones occidentales pudieran acceder libremente al aeropuerto y abandonar el país.
Mientras no se produzcan hechos como este, conviene no confiar antes de tiempo. La prueba de fuego llegará cuando los últimos occidentales abandonen definitivamente el país y las cámaras se apaguen. De momento, los nuevos talibanes no han demostrado ser diferentes a los viejos. Sólo tienen mejores asesores de comunicación.