Si alguna virtud ha tenido la cancelación por motivos religiosos de la quema de parte de la falla de la comisión fallera Duque de Gaeta ha sido la de demostrar qué es lo que ocurre cuando los ciudadanos de un Estado de derecho renuncian a su libertad de expresión para contentar a aquellos que niegan tanto el primero como la segunda.
Porque el indulto de parte de la falla, que incluía una media luna y una mezquita, ha sido interpretada por varios radicales musulmanes como una señal de debilidad. Señal de debilidad a la que siguió este domingo una demostración de fuerza por parte de esos mismos radicales.
Y eso a pesar de que la intención de la comisión fallera era, precisamente, la de evitar una posible ofensa a la comunidad musulmana de la ciudad.
Como explica hoy EL ESPAÑOL, ocho radicales, no contentos con la decisión inicial de la comisión fallera, hicieron acto de presencia antes de la quema de la falla, ya sin media luna ni mezquita, para supervisar que ningún otro elemento relacionado con el islam fuera quemado. Sus órdenes fueron seguidas a rajatabla por la comisión, que salvó también de la quema una estructura de arcos de estilo árabe.
Espíritu caricaturesco
No deja de ser una derrota tener que recordar que el espíritu de las Fallas valencianas es caricaturesco y satírico. En las Fallas se han quemado figuras de políticos españoles, de artistas famosos, de Jesús y de Juan Pablo II. Se han quemado símbolos católicos y políticos de todos los signos. Se ha quemado a presidentes del Gobierno, a personajes de Disney, a curas, a monjas y al rey.
El hecho de que una comisión fallera decida abstenerse de quemar determinados elementos de la falla es el síntoma de una sociedad que retrocede a marchas forzadas, y de forma voluntaria, en sus libertades más básicas.
Hace apenas unas semanas, los ataques de Vox a un cartel de la cantante Zahara en el que esta aparece disfrazada de virgen, con un niño en brazos y la palabra "puta" sobre su pecho, acabó con la retirada de este por "ofensa extrema a la virgen". La retirada fue interpretada como un ataque intolerable a la libertad de expresión.
El diagnóstico era correcto. Efectivamente, la retirada del cartel de Zahara a manos del PSOE de Toledo fue un ataque a la libertad de expresión por parte de aquellos que sólo creen en ella cuando el ofendido es otro.
Y ese mismo diagnóstico es el que cabe hacer en el caso de la falla indultada de Valencia.
Que no engañe a nadie la aparente voluntariedad de la decisión de la comisión fallera Duque de Gaeta. Si por respeto fuera, en Valencia no se quemaría ninguna falla. El motivo cabe buscarlo, sin duda alguna, en el miedo a las represalias. Es decir, en el miedo a la violencia de al menos una parte de la comunidad musulmana valenciana.
Límite: Código Penal
Algo empezó a romperse en Occidente cuando el papa Francisco afirmó, tras los atentados en París contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, que "si alguien dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. No puede uno burlarse de la fe. No puede".
Las declaraciones intolerables del papa, que rozaban la justificación de los atentados, dejaron muy claro que, según la máxima autoridad de la Iglesia, cualquiera que haga un simple chiste sobre la fe de otros puede esperar consecuencias.
Pero en España, y por extensión en Occidente, el único límite de la libertad de expresión es el determinado por el Código Penal. En España se han hecho chistes, a veces de una negrura extrema, sobre víctimas de ETA, sobre enfermedades mentales, sobre alcoholismo, sobre accidentes de tráfico y sobre obesidad.
Pero la lista de tabúes intocables crece día a día mientras el espacio de la libertad se reduce a la misma velocidad: el islam, el feminismo, el cambio climático, la raza, la conquista de América y la religión católica están entre esos nuevos tabúes.
Cuando el escritor francés Michel Houellebecq publicó su novela Sumisión, muchos la caricaturizaron como una grotesca deformación de la Francia multicultural a manos de un resentido de ultraderecha.
Hoy, apenas siete años después, resulta difícil saber qué resulta más grotesco: si la novela de Houellebecq, la sumisión de la comisión fallera Duque de Gaeta o la incapacidad de las Administraciones para garantizar nuestra libertad de expresión.