Independientemente de cuanto ocurra a lo largo de hoy en País Vasco y Navarra, la renuncia a celebrar en Mondragón una larga marcha de 31 kilómetros en homenaje a Henri Parot (tantos kilómetros como años lleva en prisión por sus crímenes) es una victoria material y simbólica de las víctimas del terrorismo frente a sus verdugos.
Es motivo de celebración que la marcha de exaltación al terrorista más sanguinario de la banda desaparezca por las presiones de las asociaciones, dispuestas a alzar la voz ante la notoria discreción de los Gobiernos y la incapacidad operativa de la Audiencia Nacional. No lo es, en cambio, que se sustituya por una declaración ante los medios de comunicación y una serie de concentraciones en las dos regiones bajo el lema Contra las cadenas perpetuas, derechos humanos.
Un movimiento hábil de los organizadores del acto que, sin embargo, deja al descubierto una realidad desoladora. Que todavía existe parte de la sociedad vasca que celebra la barbarie del terrorismo etarra, y que el Estado está atado de pies y manos para evitar actos que, con mayor o menor descaro, con apariencia de ongi etorris o no, ensalzan el terrorismo y humillan a las víctimas.
Dignidad de las víctimas
Resulta esperanzador que el orgullo y el honor de las víctimas haya sido capaz de frenar el ímpetu de los admiradores de Henri Parot, sobre el que pesa una condena que está lejos de ser perpetua. Como explica el profesor Pedro Chacón en una tribuna que publicamos hoy en este periódico, pocos etarras han visto revisado su caso como él. Y, desde luego, 39 años de condena no parecen desproporcionados para un hombre que se ha cobrado el mismo número de muertes.
Precisamente por estos asesinatos se reunieron ayer en un acto institucional representantes políticos y de asociaciones en Vitoria. Juntos dejaron una fotografía que refleja el dolor y la dignidad de las víctimas con la lectura de los 39 nombres y la ofrenda de una rosa blanca por cada uno de ellos.
No hay duda de que son este tipo de homenajes, igual que los programados para hoy en ciudades como Madrid, San Sebastián o Zaragoza, los que deben extenderse por todo el país. Y no los que azuzan los simpatizantes de Parot, nada novedosos en el País Vasco, por otra parte. Una realidad que deja un triste mensaje y una pregunta rápida: ¿sería imaginable una reivindicación de este tipo en Nueva York, a cuenta del 11-S y en defensa de los terroristas de Al Qaeda?
Falta de apoyo
Al mismo tiempo, resulta imposible pasar por alto la inacción de la Moncloa y paradójico que el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que se caracterizó como juez por la lucha implacable contra el terrorismo, sea ahora tan poco contundente con estos actos.
Los diez años del fin de la actividad armada de ETA no justifican este abandono a las víctimas, que se sienten más alejadas de este Gobierno que de cualquier anterior. Tampoco la aritmética parlamentaria que permite al PSOE mantenerse en el Gobierno.
Que a priori no aparezca el nombre de Parot en las manifestaciones es un triunfo, no cabe duda. Pero este logro obliga a tomar nota a Moncloa, que debe acabar de una vez con estas ceremonias de la vergüenza por la vía legislativa y no dejar en manos de las víctimas la contención de la crueldad etarra.