Contamos con pocas certezas sobre qué desenlace espera a la crisis que sufre La Palma. Hace sólo una semana, los geólogos nos advirtieron sobre una serie de seísmos a escasa distancia de la superficie, con bolsas de magma avanzando sin pausa hacia la epidermis terrestre. Y ayer mismo, testigos de escenas que evocan a los últimos días de Pompeya, comprendimos el motivo de sus alertas.
Vimos ríos de lava atravesando carreteras y obligando al desalojo de varios pueblos y miles de personas. Contemplamos, a lo lejos y sin necesidad de prismáticos, las columnas de humo del estallido. Y respiramos, por encima de todo, el temor por una erupción estromboliana (de una peligrosidad media) que nos obliga a permanecer alerta ante la imposibilidad de crear predicciones absolutamente precisas.
Las imágenes que llegan hasta la península, pues, ponen el cuerpo en guardia y certifican la vulnerabilidad de la humanidad ante una naturaleza inclemente. Pero es precisamente tras la materialización del desastre, tras el rugido del volcán, cuando se evidencia la importancia de un Estado volcado con sus ciudadanos y armado a conciencia para darle respuesta.
Estado a la altura
La historia reciente nos ha devuelto a la verdad inexpugnable de la fragilidad de la condición humana ante los designios imprevisibles de la naturaleza, que se expresa cada tanto sin piedad y con violencia. La conocimos en marzo de 2020 (y lo pagamos todavía) tras el surgimiento de un virus que se ha cobrado la vida de más de 100.000 españoles.
Y la descubrimos de nuevo en Canarias con preocupación y asombro, sí. Pero también con el alivio que concede un Estado capacitado para responder tanto con altura política y logística, como demuestran el desplazamiento de la Unidad Militar de Emergencia (UME) a la zona y el viaje del presidente Pedro Sánchez a las islas tras suspender su viaje diplomático a los Estados Unidos, como con determinación científica.
A fin de cuentas, el trabajo realizado durante décadas por el Instituto Geográfico Nacional, el Instituto Geológico y Minero y el Instituto Volcanológico canario ha sido a todas luces decisivo para predecir con precisión dónde se produciría la explosión, y señalar las líneas de actuación ante cualquier contratiempo que pueda surgir en las próximas horas, días o semanas.
Medios necesarios
No es sólo que la brutalidad de las escenas nos recuerde la banalidad de la trifulca política y parlamentaria, subrayando el valor de lo verdaderamente importante. Es que este desastre natural nos reafirma en la necesidad de reivindicar la función del Estado, en cada uno de sus estamentos, para garantizar el bienestar de sus ciudadanos y evitar escenas conocidas en otras latitudes del planeta.
Y Canarias, un territorio extrapeninsular con testimonios más bien esporádicos de nacionalismo, da buena cuenta de ello en estos momentos.
El Estado ha demostrado, en fin, que dispone de las herramientas necesarias para dar asistencia, impedir el caos y estar a la altura. Especialmente cuando la naturaleza se ocupa de interrumpir nuestra segura cotidianidad de siempre.