El clima de tensión y trifulca que Podemos y Vox azuzan en las calles y en los parlamentos resulta ya insoportable, y viene a confirmar sus raíces populistas y que son caras de una misma moneda.
Ayer mismo volvieron a protagonizar un espectáculo sonrojante señalando a dos periodistas que se limitaban a cumplir on el principal cometido de su oficio: preguntar. Lo hicieron además en el Congreso de los Diputados, donde las formas, la corrección y el civismo deberían de ser la norma.
El portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique, le negó la respuesta a un reportero "por respeto", dijo, a quienes lo son "de verdad". ¿En qué momento un representante político se arroga la potestad de decidir quién es periodista y quién no? ¿Acaso Echenique pretende decidirlo en función de su afinidad política? ¿Propondrá repartir él en algún momento las acreditaciones de prensa?
La portavoz de Vox, Macarena Olona, no mostró una imagen menos vergonzante, curiosamente, escasos minutos antes de reprochar al portavoz de Podemos su actitud ante la prensa. La diputada se enfrentó a una reportera por haberle solicitado su opinión sobre el insulto de un diputado de Vox a una diputada del PSOE. Olona exigió con actitud amenazante a la periodista una contestación: "¿Has formulado esta pregunta cuando a mí me han llamado fascista y me han agredido en este pleno?".
Estos ataques son inaceptables dentro de una democracia consolidada que había superado este tipo de discursos. Reflejan el desprecio de los populismos a la libertad de prensa y su voluntad de matar al mensajero que no les baila el agua. También revelan su esfuerzo incansable por disparar la crispación y agriar la convivencia.
Beligerancia
Olvidan estos políticos que los periodistas, en su trabajo, no se representan a sí mismos ni a sus medios, sino a los ciudadanos en su conjunto. Cuando Vox y Podemos se comportan con este descaro y con la vocación de desacreditar a la prensa, llegando a encararse con los reporteros, demuestran su absoluto desprecio por los principios más básicos de las democracias, que incluyen la libertad de pensamiento y el derecho a la información.
Las asociaciones de la prensa deben plantarse ante esta violencia verbal que corre el riesgo de convertirse en sistemática. No es suficiente que estas actitudes reciban los reproches individuales de los compañeros de profesión. Más si cabe cuando se producen en la sede de la soberanía nacional.
Preocupa, además, que los despropósitos de Echenique y Olona no supongan para ellos un motivo de humillación, sino de orgullo, como certifican sus reacciones (y las de sus partidos) en redes sociales. Algo que desprende, por otra parte, una verdad perversa: que señalan al periodismo crítico o divergente como adversario, y que como adversario es un objetivo más a batir.
Por más que haya medios de comunicación que deban hacer autocrítica, alistados como están en la batalla partidista y ajenos como son al rigor que exige el periodismo, no es justificable, de ninguna manera, esta beligerancia contra la prensa. Una beligerancia que agrieta nuestra democracia y sobre la que no hay que escatimar esfuerzos por desterrar.