Los peores rasgos de carácter de la política contemporánea han salido a la luz a raíz de la misa en la Catedral de Granada a la que asistió Pablo Casado y en la que se rezó por Francisco Franco: el oportunismo, la demagogia, la hipocresía y la más absoluta falta de responsabilidad de una clase política que mientras abomina de las fake news se revuelca en ellas si eso sirve para satanizar a su rival.
Malos tiempos estos en los que hace falta argumentar lo obvio, pero el linchamiento que la izquierda política y mediática ejecutó ayer lunes contra Pablo Casado con el pretexto de esa misa obliga a escribir negro sobre blanco algunas obviedades. La primera de ellas, que Pablo Casado jamás habría asistido a esa misa de saber que en ella se iba a rezar por el alma de Francisco Franco.
Pero no ya por pura y dura conveniencia política (muy naif sería Casado si creyera que su asistencia a esa misa, en pleno congreso del PP de Andalucía, no iba a salir a la luz), sino por convicción íntima. Lo que hizo ayer la izquierda fue negarle una vez más al presidente del PP la condición de demócrata sobre la base de una noticia tergiversada.
La segunda obviedad, que Pablo Casado, que se sentó al fondo de la catedral y que abandonó la misa antes de que esta acabara (quizá en cuanto se dio cuenta de a quién aludía ese "Francisco" que el oficiante mencionó entre los difuntos), no es el primero ni será el último de los políticos al que la mala suerte o el simple despiste coloca en un contexto indeseado y que debe salir de él como buenamente puede.
En este sentido, hay que recordar que Pablo Casado no ha realizado jamás una sola declaración o efectuado el mínimo gesto político que pueda insinuar complicidad o simpatía alguna con el franquismo. Pero sí hay ministros y vicepresidentes del Gobierno que han posado gustosos junto a la hoz y el martillo, el símbolo de la ideología más criminal de la historia, y que han defendido las satrapías cubana y venezolana.
Revisionismo histórico
La hipocresía es abrumadora. La misma izquierda que remueve el pasado y retoza en el revisionismo guerracivilista de la Ley de Memoria Democrática, de nulo recorrido jurídico, pero con un amplio potencial desestabilizador, se lleva las manos a la cabeza y pide las sales por lo que nadie en su sano juicio puede atribuir más que al azar.
Un principio elemental de la convivencia exige presuponer la buena fe del rival. Sin esa buena fe, que obliga a suponer siempre la interpretación más benigna posible de las acciones del contrario hasta que la realidad no demuestre lo contrario, la convivencia es imposible y se convierte en una algarabía de escándalos impostados, de indignaciones de salón y en arrebatos teatrales. Es decir, en ruido.
No ayuda, desde luego, que la Fundación Francisco Franco haya agradecido a Casado su asistencia a la misa, como si esta hubiera sido deseada y no azarosa. Tampoco ayuda el desconocimiento generalizado en la sociedad española de la liturgia católica y que ha llevado a confundir una misa de difuntos, en la que se reza por santos y por villanos en la creencia de que el único con potestad para juzgar es Dios, con un homenaje a Franco.
Una sociedad compleja
La sociedad española es infinitamente más compleja e intrincada, en el buen sentido de ambos términos, que lo que pretende el maniqueísmo político contemporáneo. Como explicaba ayer EL ESPAÑOL, el padre y el tío de José Luis Escrivá, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, fueron falangistas y militaron en la División Azul en la Unión Soviética.
La Ley de Memoria Democrática que hoy promueven PSOE y Podemos condenaría al eje del mal al tío y el padre de Escrivá por su condición de franquistas. ¿Pero es menos demócrata Escrivá por las decisiones que tomaron sus antepasados durante una guerra mundial? ¿Debería Escrivá, miembro de un Gobierno compuesto por socialdemócratas y comunistas, pedir perdón o repudiar a su familia?
¿Debería comparecer públicamente para afirmar que sus familiares no fueron humanamente dignos, buen padre y buen tío, capaces de dar amor y de proporcionar la mejor educación a sus descendientes?
El revisionismo que propugna el Gobierno impide una lectura amplia y ecuánime de la historia. Con una despiadada incapacidad para la más elemental comprensión de la condición humana, este Gobierno huye de los claroscuros, pero sólo en el caso de sus rivales políticos.
Haría bien el populismo de izquierdas en aprender de los arquitectos de la Transición. Esos que fueron capaces de anteponer los intereses generales sobre los dogmas ideológicos en una época en la que luchar contra el franquismo, un franquismo real y todavía poderoso, en contraste con el franquismo residual e impotente de hoy, era mucho menos cómodo que en 2021.