El discurso de Nochebuena de Felipe VI, que ha partido del recuerdo y la solidaridad a la situación “tan dolorosa y difícil” de las víctimas del volcán de La Palma, ha desprendido una sintonía sin precedentes con el Gobierno a la hora de valorar la situación económica y sanitaria de España.
Llama la atención la rotundidad sin matices con la que el Rey valida el discurso de Moncloa cuando afirma: “Nuestra economía ha vuelto a crecer y a recuperar la gran mayoría de los puestos de trabajo que se habían visto temporalmente suspendidos; y la cifra de ocupados evoluciona a un ritmo realmente positivo”. Sobre todo porque España está a la cola de la recuperación en la Unión Europea y todas las previsiones económicas del Gobierno han sido desestimadas por los principales organismos nacionales e internacionales por excesivamente alegres.
De la misma manera, el Monarca ha reducido a “preocupación” el impacto de la subida de los precios y el coste de la energía en la vida de los españoles, acosados por una inflación disparada que se acerca al 6% interanual y que les aboca a no gastar los ahorros por miedo al futuro.
El mensaje del Rey también destila optimismo con relación a la pandemia y apenas se refiere a la irrupción de la sexta ola que, catapultada por la contagiosa variante ómicron, ha trastocado en pocos días las Navidades de millones de españoles, que se han echado a las farmacias a comprar test de forma masiva.
A muchos les habrá chirriado la afirmación de que, un año después de iniciada la pandemia, “la situación es diferente”, cuando, seguramente, estas Navidades hay más españoles que se han quedado en sus casas y se han autoimpuesto restricciones por miedo a un virus que se ha desbocado en la última semana.
Es cierto que España cuenta con un índice de vacunación envidiable, con más del 90% de la población diana inmunizada con dos dosis. Pero hemos perdido el tren de la tercera dosis y el avance de la pandemia anticipa semanas de restricciones y dificultades en los centros de salud y en los hospitales.
Cambio de estilo
El texto parece haber sido redactado por manos distintas a años anteriores, y no para mejorarlo, precisamente. Tanto en el estilo como en el contenido se aprecian las diferencias. Por ejemplo, el recurso a preguntas retóricas como “¿tenemos que dejarnos llevar por el pesimismo?” o “¿debemos caer en el conformismo?”, rebaja el tono institucional y además obligan a descender al Rey para dar una respuesta en primera persona: “Yo creo que no”.
Entre los aciertos del mensaje está la referencia a la obligación de “respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral”, palabras que están dirigidas tanto a quienes muestran desprecio por el ordenamiento jurídico (es el caso de los independentistas) como a quienes no muestran la debida ejemplaridad. Y aquí el señalado es su propio padre, Juan Carlos I.
Evidentemente, unos y otro no están en el mismo plano. El procés ha supuesto una amenaza a la integridad de España y varios de sus responsables han sido condenados por los tribunales, mientras que el Emérito no tiene causas abiertas, por escandaloso e inapropiado que haya sido un comportamiento que supone una losa para la imagen de la Corona.
Respeto y consenso
Muy ligada a la idea de ajustarse a la ley está la defensa que de la Constitución ha hecho nuevamente el Rey en su discurso de Nochebuena. “Merece respeto, reconocimiento y lealtad”, ha dicho.
El Rey ha recordado que la enorme “transformación” que ha vivido España en los últimos 40 años tiene mucho que ver con el espíritu de una norma que “nos convoca a la unidad frente a la división, al diálogo y no al enfrentamiento, al respeto frente al rencor, al espíritu integrador frente a la exclusión”. Y ha resaltado que esa Constitución ha sostenido la convivencia entre españoles cuando hemos tenido que afrontar otras “crisis serias y graves de distinta naturaleza”.
Por último, Felipe VI ha recalcado la necesidad de alcanzar “grandes acuerdos” que “garanticen una mayor estabilidad, mayor bienestar en los hogares y den la necesaria tranquilidad a las familias ante su futuro”, porque “las diferencias de opinión no deben impedir consensos”.
En definitiva, un discurso en el que el Rey echa un capote al Gobierno, defiende la Constitución y la convivencia como bases sobre las que construir el futuro, y apela al entendimiento entre los partidos para sacar a España del atolladero.