La contundencia con la que Rusia ha invadido Ucrania (la revista Newsweek citaba ayer fuentes del Pentágono que pronostican que Kiev caerá en 96 horas y el resto del país en sólo unos pocos días más) ha devuelto a los europeos la memoria de los bliztkriegs que permitieron a la Alemania nazi conquistar en sólo dos años, entre 1939 y 1941, Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia.
Nadie duda hoy que la invasión rusa de Ucrania no se limitará a las provincias del este del país (Donetsk y Lugansk), sino que busca el control del país. Quizá para la imposición de un régimen títere a las órdenes de Moscú. Quizá con el objetivo de "desmilitarizar" Ucrania, según ha anunciado cínicamente el mismo Vladímir Putin, y garantizarse la sumisión de sus 44 millones de habitantes y la propiedad de sus recursos energéticos.
En estas primeras horas de la invasión resulta difícil saber cuáles son los avances reales de los invasores y qué nivel de resistencia están presentando las fuerzas ucranianas. La niebla de guerra permite que las noticias falsas, los rumores no contrastados y las filtraciones interesadas compitan entre sí en un frustrante caos informativo.
Una tónica parece sin embargo clara. Mientras los medios oficiales y extraoficiales ucranianos han bombardeado las redes sociales con vídeos y fotografías de todo tipo, el bloqueo informativo por el lado ruso es total. Apenas un escueto comunicado del Ministerio de Defensa ruso anunciaba ayer que las fuerzas rusas han destruido por completo 83 objetivos militares ucranianos y que todas las misiones programadas para las primeras 24 horas de invasión han sido ejecutadas satisfactoriamente.
Deshonor y guerra
Europa se enfrenta de nuevo al viejo fantasma del dilema esgrimido por Winston Churchill después de que Neville Chamberlain se presentara en octubre de 1938 ante la Cámara de los Comunes en el Parlamento británico con el Acuerdo de Múnich recién firmado entre las manos. Es decir, con el acuerdo por el que se cedían los Sudetes checoslovacos a la Alemania nazi: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra".
También la Europa de los años 30 del siglo pasado creía que Adolf Hitler se contentaría con lo cedido en el Acuerdo de Múnich (en contra, por cierto, de los deseos de los propios checoslovacos), como la Europa de 2022 cree que Vladímir Putin se contentara con el control de Ucrania sin osar aventurarse más allá de sus fronteras, hacia Polonia y los países bálticos, e incluso más allá.
Es una posibilidad. Pero el problema de esta tesis es cuánto está dispuesto a apostar a favor de ella el que la esgrime. De momento, la UE se ha limitado a anunciar sanciones económicas, pero sin que la más contundente de todas ellas (la llamada "opción nuclear", la desconexión de Rusia del sistema internacional de pagos SWIFT) haya conseguido aún el consenso de los Gobiernos occidentales.
Cañones y mantequilla
En el mejor de los casos, Ucrania parece abocada a una guerra de guerrillas enquistada que conducirá sin duda alguna a la devastación del país entero. En el peor, a una repetición de la invasión soviética de Budapest o Praga.
Pero lo cierto es que Ucrania renunció a su armamento nuclear a cambio de la protección de Occidente frente a Rusia. Y llegado el momento en que Occidente debería haber cumplido su parte de ese pacto, la respuesta han sido unas sanciones que dañarán la economía de algunos pocos oligarcas rusos y de millones de rusos de a pie (probablemente también de muchos europeos, que entenderán de la peor manera posible por qué la desnuclearización de Europa fue una pésima idea de Alemania), pero que no detendrán a los Spetsnatz rusos.
Los cañones no se combaten con mantequilla. Y si algo no puede desde luego permitirse Occidente, con China observando atentamente el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania, es la idea de que la fuerza bruta funciona porque Occidente no está dispuesto a arriesgar nada que vaya mucho más allá de un leve trastorno de sus economías.
Occidente no puede permitirse un cambio brutal del statu quo geopolítico como el que está en marcha en Rusia. Hoy, el escenario es Ucrania. Mañana podría serlo Europa central, Taiwán o el norte de África.