Los horrores de la guerra en Ucrania han alcanzado nuevas cotas de inhumanidad. Desde que Vladímir Putin ordenó la invasión del país vecino, hemos venido conociendo las atrocidades cometidas por el ejército ruso en suelo ucraniano. Tiroteos contra civiles, violaciones de los corredores humanitarios y hasta bombardeos de hospitales infantiles.
La escalada de barbarie promovida por Putin ha llegado a un punto de inflexión que debe encontrar una nueva respuesta por parte de los países occidentales. Ayer conocimos que, antes de retirarse, el ejército ruso dejó a su paso una fosa común con cientos de cadáveres en la ciudad de Bucha.
Resulta ya imposible limitar las masacres rusas a avatares inevitables de cualquier conflicto bélico. Son varios los países que hablan de "genocidio". Y en nombre de la Unión Europea, Josep Borrell ha pedido que Putin sea considerado un criminal de guerra, y que sea juzgado por crímenes de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional.
El Kremlin acusa cínicamente a Ucrania de difundir imágenes falsas o incluso de utilizar muñecos, en connivencia con Occidente, para granjearse el apoyo del mundo. Pero después de 41 días de invasión, mientras se siguen encontrando más y más cadáveres de civiles y fosas comunes, nadie en su sano juicio podrá creer estas acusaciones con las que Rusia pretende tapar su carnicería.
En vista de la insuficiente eficacia de las sanciones que los socios europeos han impuesto sobre Rusia, conviene tomar en cuenta las palabras que Mateusz Morawiecki dirigió ayer a Francia y Alemania. El primer ministro polaco recordó que, a menos que se corte la importación de hidrocarburos de Rusia, los países europeos seguirán, en el fondo, financiando la guerra de Putin que tanto repudian.
Cerrar el grifo ruso
Si bien es cierto que, a medida que la invasión rusa fue ganando en crueldad, la Unión Europea reaccionó con contundencia contra el Kremlin, también lo es que frenar la masacre de Putin exige una nueva batería de sanciones más duras.
Para lo bueno y para lo malo, Alemania y Francia marcan el ritmo del resto de la Unión Europea, y encabezan la iniciativa de las políticas comunitarias más importantes. Pero el liderazgo debe ejercerse también en aquellas circunstancias que entrañan más perjuicios para el eje franco-alemán que para el resto de socios europeos.
Cabe recordar que fue Berlín el principal impulsor de una política energética que ha acabado por demostrarse equivocada. Lo demuestra la propia y reciente decisión de tomar temporalmente el control de la filial alemana de Gazprom. Igual que defendió aquella estrategia fallida, debe implicarse a fondo en combatir la enorme dependencia energética del gas ruso a la que gran parte de Europa se ha visto abocada.
La matanza de Bucha supone un antes y un después en esta guerra. No basta con estremecerse ante las horrorosas imágenes que nos llegan de Ucrania. Tampoco con las sanciones adoptadas hasta ahora. Pararle los pies a Putin será posible, en buena medida, si Europa cierra completamente el grifo del gas ruso.