Un observador imparcial de algún país lejano que no tuviera ni la más remota idea de quiénes eran las seis personas que ayer debatían en La 1 no habría tenido la más mínima dificultad en identificar al presidente y, por descarte, a los cinco aspirantes al trono de la Junta de Andalucía. Incluso con el volumen del televisor silenciado. Porque si ayer hubo un verdadero eje conductor del debate, ese fue el de "todos contra Juanma". Con la salvedad, quizá, del fiel escudero Juan Marín.
Nada le convenía más al actual presidente que ese cinco contra uno, aunque en algunos momentos del debate, sobre todo en sus estertores finales, la acumulación de ataques pudo hacer algún pequeño rasguño en su imagen de inmaculado presidencialismo y excelentes resultados económicos.
Por suerte para Juan Manuel Moreno Bonilla, el histrionismo de Macarena Olona, que se limitó a repetir sus discursos apocalípticos habituales del Congreso, como si Andalucía y los andaluces fueran sólo un decorado más en el camino de Vox a la Moncloa y no merecieran ni un solo argumento adaptado a sus problemas y necesidades particulares, hizo poco, muy poco, por posicionarla como alternativa válida al PP.
Espadas perdió su oportunidad
Muchos esperaban a un Juan Espadas mucho más agresivo en el reproche de ese hipotético futuro pacto del PP con Vox. Y aunque el candidato socialista, que partía con el lastre de un relativamente bajo nivel de conocimiento entre los andaluces, apeló en alguna ocasión al contraste entre "derechos y derechas", es de reseñar que no retozó como se esperaba en esa demonización de un pacto para el que Bonilla tenía respuesta fácil: no sería más peligroso el pacto del PP con Vox que el del PSOE con ERC y Bildu.
Juan Espadas perdió la oportunidad, sin embargo, de mostrarse como un candidato alternativo a Juanma Moreno. Pero, sobre todo, como el candidato de un PSOE renovado.
Hasta en tres ocasiones apeló sarcásticamente Juanma Moreno a la "gran experiencia" de Espadas en los gobiernos de Griñán y Chaves, emblemas de la corrupción socialista que durante 40 años condenó a la región al subdesarrollo. Un sutil reproche del presidente de la Junta frente al que Espadas sólo pudo callar.
La sorpresa fue Inma Nieto, candidata de la coalición de seis partidos Por Andalucía, que dio con el tono y los argumentos que quizá debería haber defendido Espadas.
Un Bildu andaluz
Teresa Rodríguez apeló, por su parte, a esa extraña mezcla de extrema izquierda regionalista y protonacionalismo andaluz que tan mal se compadece con el carácter generalmente poco exaltado del andaluz medio. Es obvio que lo último que necesitan los andaluces hoy es un Bildu gaditano, pero Teresa Rodríguez busca un hecho diferencial con respecto a Inma Nieto y Podemos, y cree haberlo encontrado ahí. Se equivoca.
Juan Marín tenía, junto con Juan Espadas, la tarea más difícil de la noche: romper la tendencia a la baja de Ciudadanos y demostrar que su partido puede ser útil para hacer innecesario a Vox.
Marín protegió a Moreno cuando este no podía hacerlo por sí mismo, y se enzarzó con Olona cuando esta, en una tormenta de demagogia (en sus primeras intervenciones habló de cocaína, de prostíbulos, del famoso "guorperfe" de la mujer de Espadas, del "cortijo" del PSOE y de "fanatismo climático") le acusó de ser "el felpudo del PSOE".
Tanto empeño puso Olona en demostrar que todos los candidatos, menos ella, están compinchados para la destrucción de España que hasta el más convencido de los votantes de Vox habrá dudado, aunque sea por un segundo, de si es cierto tanto vaticinio cataclísmico.
Con la excepción de la candidata de Vox, los aspirantes a la presidencia de Andalucía demostraron un tono y unas maneras muy diferentes a las habituales en el Congreso de los Diputados, donde personajes como Gabriel Rufián, Joan Baldoví, la propia Olona o Irene Montero han impuesto un nivel parlamentario abisal.
Y quizá sea esa la mejor noticia de la noche. Que Andalucía parezca ajena, al menos de momento, a la zafiedad habitual en otros escenarios políticos. Puede que el debate de ayer no haya movido demasiados votos. Pero los andaluces pueden sentirse orgullosos de que su clase política sea, al menos en sus formas, muy diferente a la de otras latitudes. Nadie ganó y nadie perdió, salvo el histrionismo y la demagogia.