Argelia ha anunciado que suspende el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación con España rubricado hace veinte años con el Gobierno de José María Aznar. El triunfalismo de Pedro Sánchez en materia de política exterior sufre así un nuevo golpe de realidad, poco después de que el presidente compareciera en el Congreso para explicar el viraje diplomático de España respecto al Sáhara.
Las relaciones diplomáticas con Argelia estaban congeladas desde el 19 de marzo. Ese día, el Gobierno argelino afirmó que la nueva posición española era una "traición" y anunció que la confianza bilateral entre ambos países quedaba "gravemente dañada".
La súbita ruptura del Tratado de Amistad evidencia que Argelia no iba de farol cuando amenazó con represalias contra nuestro país. Recordemos que el Gobierno insistió hasta la extenuación en que el enfado de Argelia no era más que una "escenificación" destinada al consumo interno.
Los hechos han demostrado que el Gobierno se equivocaba o faltaba a la verdad.
Argel, aliado del Sáhara Occidental por su rivalidad con Rabat, se cobró el cambio de posición de Sánchez subiendo los precios del gas a España. También se acercó a Italia en detrimento de nuestro país, firmando un acuerdo bilateral que aumenta la exportación de gas hacia el país transalpino.
Cuando el Gobierno anunció su respaldo al plan de autodeterminación marroquí para el Sáhara, la opinión pública española se dividió en dos. Algunos creyeron que un movimiento de tanto calado no habría sido decidido si España no ganara peso geopolítico con el abandono del pueblo saharaui (el principal argumento del Gobierno en ese momento era que España se ponía del lado de EEUU, la UE, Francia y Alemania).
Otros creyeron, sin embargo, que el viraje implicaría la pérdida definitiva de nuestra posición como potencia regional y estratégica en el Magreb.
Finalmente, se evidencia que tenían razón los segundos y que Marruecos ha logrado una victoria diplomática muy superior a las escasas contrapartidas obtenidas por España.
Debilidad e irrelevancia
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, dijo ayer que el Gobierno sigue considerando a Argelia "un país vecino y amigo", así como "un socio fiable". ¿Por qué se enroca la Moncloa negando un problema evidente? ¿No es absurdo insistir en que Argelia es "amigo" si una de las partes quiere desmarcarse de esa amistad?
El nuevo contratiempo en la estrategia del Gobierno con Marruecos evidencia lo indeseable de una política exterior errática y aparentemente improvisada, o no lo suficientemente meditada y trabajada.
Una política, además, unilateral. Algo que quedó acreditado ayer miércoles a la vista de la soledad parlamentaria de Sánchez en el Congreso de los Diputados.
El viraje respecto al Sáhara pretendía cerrar la crisis diplomática con Marruecos. Y no sólo no la ha cerrado, sino que ha abierto otra. Sánchez ha conseguido lo que parecía imposible: sulfurar de manera consecutiva a Marruecos y a Argelia, sin obtener contrapartidas de calado a cambio de ello.
Vagas garantías
Marruecos ha marcado los tiempos para la reapertura de las fronteras de Ceuta y Melilla y ha impuesto sus propias condiciones de tráfico de personas y mercancías. También ha retomado las prospecciones petrolíferas frente a las aguas de Canarias.
A la vista de las vagas garantías que dio Rabat en relación a la integridad territorial española en el acuerdo firmado entre Mohamed VI y Pedro Sánchez, parece ya obvio que el "partenariado" acordado está claramente desequilibrado en favor de Marruecos.
A todo ello se suma la sospecha de que la deportación de Mohamed Benhalima se hizo como moneda de cambio para atemperar los ánimos de Argelia.
Es razonable que, ante la tormenta geopolítica que se avecina en el Sahel, y teniendo en cuenta que Marruecos es aliado histórico de EEUU, mientras que Argelia lo es de la Rusia de Vladímir Putin, España quiera ponerse del lado de sus aliados.
Y también lo es que tenga que hacer sacrificios para frenar la expansión rusa en una de las zonas de influencia en las que se dirimirá la nueva guerra fría entre Washington y el eje ruso-chino.
Pero la cacareada recuperación de la "buena vecindad" con Marruecos ha sido un espejismo. Y se ha roto la que existía con Argelia. La debilidad de España como potencia regional en el Magreb es ya un clamor. España ha hecho un negocio pésimo.