Las sobrecogedoras imágenes de los bosques españoles ardiendo estos días ofrecen un desolador espectáculo al que, por desgracia, nos hemos acostumbrado cada verano. Pero la virulencia y la gravedad de los incendios forestales se han recrudecido en los últimos años como consecuencia de un deterioro climático que nadie puede ya ignorar.

Zonas de Lleida, Navarra, Ourense, Asturias Cuenca, Ciudad Real, Zaragoza, Castellón, Málaga y Murcia viven estos días la dramática inauguración de "la temporada del fuego". Poblaciones enteras desalojadas, miles de personas evacuadas y más de 20.000 hectáreas pasto de las llamas.

Pero el foco activo más devastador está siendo el de la Sierra de la Culebra, una reserva natural de la provincia de Zamora, que ha obligado a cortar corta la línea de AVE Ourense-Zamora.

Los operativos de extinción están trabajando sin descanso. Pero siguen faltando medios para la prevención, especialmente en la llamada España Vaciada. Los vecinos de la Sierra de la Culebra denuncian el abandono de su provincia y una insuficiente prevención por parte de las autoridades autonómicas. Como recordó este periódico, el 80% de los municipios en Zonas de Alto Riesgo de incendios no cuentan con planes de prevención.

Aumentar las dotaciones de los efectivos de extinción y seguridad no va a evitar que cada verano veamos más y más hectáreas calcinadas. Porque uno de los factores que aumentan el riesgo de incendios forestales es precisamente el incesante incremento de la temperatura media del planeta, tal y como lo hemos sufrido esta semana durante la ola de calor.

Un informe de la Agencia Estatal de Meteorología mostró que la fuerte insolación ha hecho que se den temperaturas muy superiores a las normales para estas fechas en la mayor parte de España. Las olas de calor, cada vez más frecuentes, intensas y prematuras, no sólo agravan la peligrosidad de los incendios. También se cobran miles de vidas humanas.

Problema más amplio

Que los voraces incendios y las olas de calor estén también afectando a otros países europeos debería servirnos para apreciar en toda su magnitud el alcance de la emergencia climática. Porque los fenómenos meteorológicos extremos no son algo coyuntural ni excepcional. 

El escenario de cambio climático acelerado que atravesamos propicia un cóctel idóneo para fenómenos de los que los incendios son la expresión más destructora. El incremento anual de las temperaturas medias se traduce también en sequías más largas e intensas y pluviometría más errática, un problema de desertificación que atenaza particularmente a España. Y, a su vez, las sequías críticas acentúan la peligrosidad de episodios extremos como los incendios.

Evitar la tormenta perfecta que supone el calentamiento global, las sequías y los fenómenos extremos depende en gran medida de que sofoquemos otros fuegos de mucho mayor alcance.

Actuaciones

En el plano más local, las autoridades deben velar más celosamente por los planes de autoprotección a los que obliga la Directriz Básica de Planificación de Protección Civil de Emergencia por Incendios Forestales. En este esfuerzo colectivo de prevención deben colaborar también los vecinos de urbanizaciones y campings y las empresas situados cerca de los llamados "puntos negros".

Está en manos de todos cambiar la "cultura del fuego" de muchas zonas de interior por una cultura del riesgo. Para ello, debe concienciarse a los ciudadanos de los peligros del descuido del campo, intensificar las labores de conservación, fiscalizar las quemas incontroladas y perseguir con más denuedo a los pirómanos.

A nivel global, está claro que los gobiernos deben redoblar los esfuerzos por acelerar la transición ecológica para reducir cuanto antes la emisión de gases contaminantes. Cada vez son más las evidencias que nos alertan de las consecuencias inminentes del cambio climático y de la urgencia de revertirlas.

Si no se actúa para mitigar el impacto del calentamiento global, veremos incendios cada vez más potentes y más dañinos y de propagación más veloz. Los costes humanos, económicos y ecológicos pueden ser irreversibles.