"Señor Sánchez, su intervención ha sido impropia de un presidente. Para hacer oposición sólo tiene que esperar a las próximas elecciones". Con esa frase, que resume con precisión el espíritu del debate que tuvo lugar ayer en el Senado entre Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, cerró el primero la segunda y última de sus intervenciones.
Y es que lo que tuvo lugar ayer en el Senado no fue, como se preveía, un cara a cara entre el presidente y el líder de la oposición sobre la actual crisis energética y económica que castiga a los españoles, sino un Debate sobre el estado de Feijóo cuyo objetivo, por parte de Sánchez, no pareció ser otro que reactivar al adormecido votante socialista.
Lo cierto es que un formato tan desequilibrado en tiempos como el de ayer encierra una trampa casi fatal para aquel de los contendientes que reacciona a la defensiva.
Porque si quien goza de tiempo ilimitado, en este caso el presidente del Gobierno, utiliza dos horas de tiempo para responder a dos breves intervenciones de 15 y 5 minutos, y las utiliza además para poner en duda la competencia política, moral e intelectual de su rival en las urnas, lo único que hace es mostrar una palpable debilidad.
Una debilidad acentuada por la insistencia del socialista vizcaíno Ander Gil, presidente del Senado, en apremiar a Feijóo una y otra vez para que pusiera fin a sus intervenciones en el tiempo estrictamente estipulado. Y eso a pesar de que el presidente hizo uso, y casi abuso, de su privilegio en los tiempos con un afán castigador más propio de un debate televisivo que de un cara a cara en el Parlamento.
Réplica preparada
Es obvio también que el presidente, que llevaba su réplica preparada y que no contestó de forma directa a casi ninguna de las interpelaciones de Feijóo, se sintió descolocado por el hecho de que este decidiera no mencionar a la banda terrorista ETA.
Algo que no fue óbice para que Sánchez leyera su réplica como si Feijóo sí hubiera hecho referencia a la banda terrorista. Una prueba más de que el argumentario y las emociones pesaron más en la respuesta del presidente que el tema sobre el que, se suponía, iban a debatir los representantes de los dos principales partidos españoles.
Lo cierto es que el rifirrafe a cuenta de quién tiene la piel más fina o quién insulta más al otro puede ser muy estimulante para los más primarios de los votantes de ambos partidos. Pero también es cierto que, si esos apelativos entran dentro de los límites de lo razonable, no pueden considerarse más que como parte de un debate político sano.
Lo que no parece haber entendido en este caso Pedro Sánchez es que la labor de la oposición es oponerse. Pero no es labor del Gobierno hacerle oposición a la oposición, sino responder con altura y responsabilidad institucional a esta cuando es interpelado sobre los efectos y la razonabilidad de sus políticas.
Ataques ad hominem
Lo relevante ayer para los ciudadanos no era si Feijóo ejerce su labor constitucional de líder de la oposición con mayor o menor solvencia, o con buena o mala fe, sino qué va a hacer el Gobierno para paliar la crisis que sufre la economía española.
Tiempo tendrá Sánchez de poner en duda los méritos de Alberto Núñez Feijóo. Ese momento llegará y lo hará dentro de un año, cuando se dé inicio a la campaña de las elecciones generales. Pero ese momento no era desde luego ayer y el presidente demostró, con sus interminables respuestas circulares, que el único argumento que sus asesores han pergeñado hasta ahora contra Feijóo es el ataque ad hominem.
A ello respondió Feijóo recordándole a Sánchez que él intentará el asalto a la Moncloa con cuatro mayorías absolutas a su espalda en una comunidad como Galicia, mientras que el secretario general del PSOE lo hizo en 2018 con el único bagaje de una concejalía en la oposición en el Ayuntamiento de Madrid.
La apuesta de Sánchez es clara. Cree el presidente que el motivo de que los votantes del PSOE estén cayendo en el abstencionismo o moviéndose hacia el PP no se debe a errores propios, sino a la escasa beligerancia de sus ataques contra la derecha. Pero no parece que el problema de un presidente que se ha asociado con Podemos, ERC o Bildu sea, precisamente, su escasa beligerancia contra la derecha.
En ese error le puede ir la Moncloa a Sánchez. Y el debate de ayer fue la prueba de ello.