Contra todo pronóstico, Pedro Sánchez no está sufriendo un desgaste electoral a costa de los recientes escándalos que acumula su Gobierno. Más bien al contrario, y a la luz de los últimos sondeos como el de EL ESPAÑOL-SocioMétrica, el presidente sigue protagonizando una remontada en las encuestas.
El PSOE quedaría en segundo lugar y obtendría 101 diputados con el 26,3% de los votos, casi dos puntos más con respecto a la encuesta del mes pasado, mientras que el PP cae 7 décimas. En cualquier caso, Alberto Núñez Feijóo ganaría las elecciones con 130 escaños y una intención de voto del 30,1%.
Pero lo más significativo de estos resultados es la tendencia. Porque desde el pasado julio Sánchez inició un paulatino repunte que se ha acrecentado, paradójicamente, en un mes en el que el calendario político ha estado jalonado por los sucesivos reveses y pifias del Ejecutivo de coalición. Basta con recordar las polémicas desatadas por la supresión del delito de sedición, el goteo incesante de rebajas de condena a agresores sexuales propiciado por la 'ley Montero', la negativa de Fernando Grande-Marlaska a asumir responsabilidades por la tragedia de la valla de Melilla o los nombramientos políticos para el Tribunal Constitucional.
Nada de esto ha servido para impedir que Sánchez siga recortando distancias con Feijóo: en los últimos tres meses, el PSOE ha reducido en 15 los escaños que le separan del PP. Irónicamente, es el líder de la oposición el que acusa un cierto desgaste, habiendo quedado la ventaja de 50 escaños de Feijóo sobre Sánchez de junio reducida a 29.
Hay varios factores que pueden explicar este desconcertante escenario. El más inmediato es la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, con la que Sánchez afianzó la mayoría de su investidura y amarró lo que resta de legislatura.
No menor es la influencia ejercida por el extremismo de Vox. Porque la amenaza representada por el agresivo radicalismo de la ultraderecha (exagerado convenientemente por la izquierda) ha servido como auténtico balón de oxígeno para un Gobierno que hace descansar la gobernabilidad sobre la polarización del espectro político en bloques irreconciliables.
También cabe señalar que cuestiones como la derogación de la sedición o los efectos adversos de la ley del 'sí es sí' no son, al fin y al cabo, asuntos que afecten al día a día de la gente ordinaria.
Mucho más lo es, en cambio, la cuestión económica. Y en este punto el Gobierno de Sánchez está sabiendo amortiguar el impacto de la crisis energética en las familias. Principalmente, con unas cifras récord de gasto social que extenderá también durante el año electoral. Como reconocían fuentes del Ejecutivo a este periódico, a raíz de la información de que Sánchez pretende aplacar las críticas por la sedición con la prórroga de las medidas sociales: "A la gente lo que realmente le preocupa es llegar a fin de mes. Los pactos, a fin de cuentas, sólo forman parte de la confrontación política. Cuando el pensionista vea que sube su pensión, no le importará si ha sido gracias a un acuerdo con Bildu o ERC".
Además, la moderación de la inflación y los buenos datos de empleo, así como la elusión -por el momento- de la temida recesión, hacen prever que el Gobierno podrá esgrimir una gestión económica solvente en las próximas citas electorales.
Precisamente por esto, el PP debe ser consciente de que, al contrario de lo que sucedió en 2010, la economía, previsiblemente, no va a desahuciar al PSOE de la Moncloa el año que viene. Por tanto, los populares no pueden adoptar la estrategia de entonces, consistente en esperar a que la crisis económica haga caer la alternancia política en sus manos como fruto maduro.
Es razonable y pertinente que el equipo de Feijóo ponga el énfasis de su oposición en la dimensión económica. Y que se comprometa a revertir políticas gravosas como la expansión desbocada del gasto público, el aumento confiscatorio de la presión fiscal o la hostilidad hacia el empresariado.
Pero su liderazgo no puede basarse únicamente en la garantía de una administración más responsable. En estos seis meses, el PP ha sido más bien pasivo y reactivo, y le ha faltado iniciativa y proactividad.
Al fin y al cabo, la pérdida de vigor demoscópico de los populares que reflejan los sondeos se debe a la amortización de unos activos de cuyas rentas ha estado viviendo Feijóo. A saber, las expectativas que despertó su llegada a Génova en marzo como gran pacificador y el magnífico resultado de Juanma Moreno en las elecciones andaluzas de junio.
Las cercanas vacaciones de Navidad pueden ser una buena oportunidad para que Feijóo y su equipo reflexionen sobre cómo ofrecer a los españoles, más allá de los convencidos, la promesa de un genuino cambio.
Hasta ahora, el PP no ha sido capaz de presentar un movimiento con enganche que interpele a amplias capas de la población. Por eso, el gran desafío de Feijóo para 2023 será plantear una alternativa política atractiva e ilusionante.
En un escenario en el que la economía y la maquinaria política y mediática están del lado de Sánchez, un Feijóo sin poder fáctico sólo podrá contar con la baza de sembrar en los españoles la esperanza de un futuro más próspero, más institucionalmente higiénico y con mayores niveles de concordia.