La última semana ha sido especialmente pródiga en vituperios y retórica encendida. El amago del Tribunal Constitucional de suspender cautelarmente la votación la reforma de las reglas de elección de sus magistrados, aprobada finalmente después de que González-Trevijano reculase, dio pie a los diputados a tacharse mutuamente de "golpistas" y a responsabilizarse recíprocamente de amenazar la democracia.
Las descalificaciones más gruesas e intolerables están saliendo de labios de los dos partidos del Gobierno. Hasta ahora, era habitual que desde Unidas Podemos se señalase y arremetiese contra jueces, periodistas, empresarios y medios de comunicación.
Pero más desconcertante resulta ver al PSOE abandonarse a este estilo iracundo y de resonancias antisistema, que con tanta contundencia se ha apresurado a condenar cuando sucedía fuera de nuestras fronteras o entre los sectores ultraderechistas e independentistas.
No en vano, Ione Belarra se jactó ayer de que el PSOE haya comenzado a combatir el "golpe derechista". Y adjudicó a Unidas Podemos la autoría del viraje que ha llevado a los socialistas a aceptar que "la derecha está fuera del marco legal".
En resumen, la secretaria general de Podemos presume de haber forzado a su socio de Gobierno a adoptar una mentalidad según la cual la oposición carece de legitimidad para alternarse en el poder. Y de este modo explicita lo que ya era palpable: que el PSOE ha asimilado gran parte del discurso de la extrema izquierda.
La radicalización del PSOE de Pedro Sánchez se ha hecho aún más evidente en los últimos tres días. El portavoz socialista Felipe Sicilia, en un paralelismo histórico de nulo rigor, comparó el recurso de amparo del PP ante el TC con el golpe de Estado de Tejero, considerando que en 1981 la derecha quiso "parar la democracia" con tricornios, y que hoy ha vuelto a "intentar parar un pleno con togas".
Esta escalada dialéctica para cargar contra el Poder Judicial y el TC, impropia de un partido de Estado, es indistinguible de la de sus socios morados del Gobierno, que como Jaume Asens acusan a los jueces de "estar perpetrando un golpe".
Un tono belicoso y agresivo similar al que empleó Unidas Podemos cuando tildó a los jueces, a costa de la rebaja de condenas por la ley del sí es sí, de "fachas con toga". Ministras como María Jesús Montero o Isabel Rodríguez han replicado estos días el falaz argumentario antiliberal que retrata a los jueces como un Deep State que se atrinchera y trata de boicotear y entrometerse en las decisiones del representante de la soberanía popular. Asistir al espectáculo del mismísimo presidente del Gobierno sosteniendo que lo sucedido el jueves en el TC y el Parlamento es "un intento de atropellar la democracia por parte de la derecha política y de la derecha judicial" evidencia el progresivo y fatal contagio del PSOE del populismo morado, desde aquel fundacional pacto del Abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Porque lo que ha quedado atestiguado es que, al contrario de lo que podía pensarse en un principio, el acuerdo de coalición no ha servido para que el PSOE moderase a Podemos, sino para que Podemos haya acabado radicalizando al PSOE.
La debilidad parlamentaria de Sánchez, y su oportunismo sin reparos para pervertir los procedimientos políticos y garantizarse la gobernabilidad, han llevado al PSOE a echarse en brazos de unos compañeros de viaje indeseables que han debilitado los escrúpulos políticos de los socialistas.
Hasta ahora, el sector minoritario del Gobierno nos había acostumbrado a pronunciamientos políticos graves, como la imputación al PP por parte de Irene Montero de promover la "cultura de la violación". O, más recientemente, la crítica de Lilith Verstrynge al PSOE por colocarse "del lado de los maltratadores, de las personas que apalean, torturan y maltratan perros y animales", y "del lado de las personas que cuelgan galgos".
Pero lo realmente inquietante es que el PSOE haya acabado mimetizándose con la violencia verbal de esta joven guardia roja. No le falta razón al triunvirato rector de Podemos cuando alardea de haber actuado como fuerza de presión sobre Sánchez, llevándole a interiorizar sus tesis sobre el obstruccionismo antidemocrático de un supuesto "partido judicial" y de la derecha como promotora de una "conspiración contra la democracia".
No sólo el asalto del Gobierno a las instituciones pone de manifiesto la podemización del PSOE. También su recurso a los sofismas y mantras populistas y la asimilación de sus formas antisistema evidencian que la extrema izquierda es hoy quien marca el paso a la izquierda en España.