Es posible que la referencia pasara desapercibida para la mayoría de los ciudadanos. Pero el mensaje nuclear del discurso navideño de Felipe VI llegó alto y claro allí adonde, con total seguridad, aspiraba a llegar: las sedes de los dos principales partidos españoles, el PSOE y el PP.
La frase del Rey "un país o una sociedad dividida o enfrentada no avanza, no progresa ni resuelve bien sus problemas" rememora aquella que Abraham Lincoln pronunció el 16 de junio de 1858 en la Convención republicana que le eligió para competir por el cargo de senador por Illinois contra el demócrata Stephen Douglas: "Una casa dividida contra sí misma no permanecerá".
La frase de Lincoln es a su vez una referencia al pasaje Mateo 12:25 de la Biblia: "Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos [los fariseos], les dijo: todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no permanecerá".
Con su referencia bíblica, Lincoln estaba aludiendo en 1858 a la disputa nacional sobre el esclavismo, que por aquel entonces defendía el Partido Demócrata frente a un Partido Republicano que exigía su abolición. La división nacional provocada por la cuestión del esclavismo condujo al país a una guerra civil sólo tres años después, en 1861.
En el contexto de la crisis institucional que vive nuestro país desde hace tres años, las alusiones indirectas del Rey a los fariseos y a la posibilidad de un conflicto civil adquieren tintes dramáticos. Un dramatismo encarnado en los tres principales problemas que Felipe VI señaló en su discurso: la división social, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones del Estado.
Uno solo de esos problemas sería suficiente para hacer zozobrar a cualquier nación democrática. La interrelación entre los tres nos lleva a senderos que ningún español debería aspirar a transitar jamás.
"Necesitamos fortalecer nuestras instituciones" afirmó el Rey. "Unas instituciones sólidas que protejan a los ciudadanos, atiendan a sus preocupaciones, garanticen sus derechos y apoyen a las familias y los jóvenes en la superación de muchos de sus problemas cotidianos".
No es necesaria una gran labor de exégesis para extraer del discurso del Rey un mensaje evidente. El debilitamiento de las instituciones está carcomiendo su capacidad para solucionar o paliar los problemas de los españoles (la subida de los precios, las tensiones internacionales por la invasión de Ucrania, los problemas sanitarios o el modelo energético y medioambiental). Además, está generando crispación y división social en un país que había pasado ya esa siniestra página de su pasado.
El discurso del Rey supone un contundente toque de atención a los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), al resto de instituciones de la democracia y a los dos principales partidos por la crisis de credibilidad que su incapacidad para el acuerdo ha generado entre los ciudadanos.
Las causas de esa crisis son múltiples. La inclusión en el núcleo de la gobernabilidad de partidos extremistas y cuyo compromiso con la democracia es sólo instrumental; el bloqueo de la renovación del CGPJ y del TC; el utilitarismo, el tacticismo y el cortoplacismo político; la consolidación de una visión de la democracia excluyente de la mitad de los ciudadanos; y el adanismo que llama a demoler la Constitución y el régimen de libertades que ésta ha construido a lo largo de 44 años de democracia en pos de no se sabe bien qué futuro edénico, entre otras.
Pero el discurso del Rey incluía también la receta de la solución a esos problemas: la Constitución, que Felipe VI dibujó como la casa común de todos los españoles.
En palabras del Rey, "el espíritu que vio nacer la Constitución, sus principios y sus fundamentos, que son obra de todos, no pueden debilitarse ni deben caer en el olvido. Son un valor único en nuestra historia constitucional y política que debemos proteger, porque son el lugar donde los españoles nos reconocemos y donde nos aceptamos los unos a los otros, a pesar de nuestras diferencias; el lugar donde hemos convivido y donde convivimos en libertad".
El Rey también hizo una relevante alusión al "apoyo continuo de los poderes públicos" que necesitan muchas familias españolas para "paliar los efectos económicos y sociales" provocados por la crisis. Una referencia nada velada a ese escudo social que el Gobierno ha puesto en marcha para paliar las peores consecuencias de la crisis energética y la posterior subida de la inflación.
Un último punto de interés fue el de la referencia real a la inestabilidad provocada por la guerra en Ucrania, que le sirvió a Felipe VI para reafirmar el compromiso de España con la soberanía y la integridad territorial de los Estados. De Ucrania, sí. Pero también de España.
EL ESPAÑOL no tiene la menor duda de que este discurso del Rey ha sido el más significativo y trascendental desde el que pronunció el 3 de octubre de 2017, tras el golpe de los líderes del procés en forma de referéndum ilegal de independencia. Como en aquella ocasión, sus palabras no deberían caer en oídos sordos.