El ajetreado fin de semana que está viviendo Alberto Núñez Feijóo, participando en actos y mítines incluso en dos ciudades distintas el mismo día, da muestra de que el presidente del PP se está tomando en serio el objetivo que se ha marcado: hacer campaña pueblo a pueblo para pintar el mapa de España de azul.
Para dar el pistoletazo de salida a la carrera electoral, Feijóo ha desoído a quienes le han aconsejado marcarse expectativas más modestas. Y se ha comprometido a "no ir a por el aprobado raspado, sino a obtener resultados".
Y esos resultados, como informa hoy este periódico, no son otros que la repetición de la gesta que los populares lograron por primera vez en las elecciones municipales de 1995. El PP logró ser el partido más votado en el conjunto de España. Y pocos meses después, José María Aznar ganó las elecciones generales subido a la ola que se formó en las municipales y autonómicas.
Feijóo se ha marcado así su rasero, que es el mismo que su partido logró por última vez hace siete años, en las generales de 2016. El líder popular plantea el 28-M como la primera vuelta en su camino hacia la Moncloa. Y para ello quiere que el PP sea el más votado en el conjunto de España, con especial énfasis en el conjunto de las municipales.
Las encuestas internas apuntan a un escenario en el que el presidente popular podrá llega a ese listón tan alto que se ha marcado. Además, respecto a las generales, el PP puede estar tranquilo. Tal y como arroja el promedio de encuestas del pasado fin de semana de SocioMétrica-EL ESPAÑOL, la candidatura de Yolanda Díaz dificultará a Pedro Sánchez revalidar el actual Gobierno de coalición, al fragmentar el voto en el bloque izquierdista. Y ampliará la ventaja del bloque de la derecha.
No obstante, la inquietud es algo mayor en lo relativo a las autonómicas. Porque los pactos postelectorales serán clave, de modo que ser la primera fuerza no garantiza gobernar.
Este es el riesgo de plantear las municipales y autonómicas como la primera vuelta de las generales. Y el riesgo de la contundente apuesta de Feijóo, que concurre con la única bala de una victoria total en los tres niveles.
Al fin y al cabo, sabe que su proyección hacia la Moncloa podría quedar comprometida si el PSOE resiste bien en las municipales y autonómicas. Algo que podría perfectamente suceder, en la medida en que los niveles local y regional tienen una lógica electoral propia. Un resultado no demasiado malo de los alcaldes y barones socialistas podría amortiguar el previsible castigo a Sánchez en las urnas, y deslavazar la victoria de Feijóo.
De ahí que el presidente del PP esté queriendo enardecer a sus candidatos y llevar al partido a conjurarse para darle mayor credibilidad a su consigna: no ganar sería tanto como fracasar. Esto va de arrasar o de irse a casa.
De momento, los dos principales contendientes han convertido la nueva Ley de Vivienda que han acordado PSOE, Podemos, ERC y EH Bildu en el primer campo de batalla electoral.
En su mitin de ayer en Cantabria, Feijóo sostuvo que lo que promueve la ley "realmente no es una política de vivienda, sino más bien una política anti-vivienda". Añadió que la "ley anti-vivienda", que no contempla alternativas para el problema de la okupación, es la prueba definitiva de que Sánchez se ha "podemizado".
Ciertamente, el texto se limita a una catastrófica reincidencia en la vieja fórmula intervencionista y en la retórica populista de demonización del propietario. Un planteamiento que ya se ha demostrado ineficaz allá donde se ha implantado, al reducir la oferta y agravar el problema del encarecimiento del alquiler.
Por eso es bienvenido el anuncio de Feijóo de presentar en los próximos días una propuesta alternativa (y cabe esperar que opuesta) a la Ley de Vivienda del Gobierno de coalición.