No hace falta leer entre líneas para comprender que la visita de Lula da Silva a España y la llamada telefónica de Xi Jinping a Volodímir Zelenski forman parte de una misma ofensiva diplomática que pretende obligar a Ucrania a negociar una paz con Rusia que en la práctica consistiría en la cesión de parte de su territorio nacional, la formada por Crimea y el Donbás, al Kremlin. Ni la Unión Europea ni España, que asumirá la presidencia del Consejo de la UE desde el 1 de julio al 31 de diciembre, deben ceder bajo ningún concepto a esas presiones.
La comparecencia esta mañana de Lula da Silva y Pedro Sánchez en la Moncloa ha sido ilustrativa a este respecto. Lula da Silva ha dicho respetar "la integridad territorial" de Ucrania, pero a renglón seguido ha añadido que él no es quién "para decidir si Crimea y el Donbás pertenecen a Ucrania". Efectivamente, él no es quién para decidirlo, como tampoco lo son Rusia ni China. Crimea y el Donbás son territorio ucraniano y ninguna paz que no pase por la salida de ellas de las tropas rusas será jamás aceptable.
La confirmación de que las declaraciones de Lula no han sido un lapsus ha llegado de inmediato, cuando el presidente brasileño ha afirmado que "[en la guerra de Ucrania] da igual quién tenga la razón". ¿Desde cuándo la verdad y la razón no importan frente a la invasión criminal de una potencia expansionista? Por supuesto que importan. Y están del lado de Ucrania, como bien sabe Lula da Silva. Pero la lealtad del presidente brasileño no es desde luego con la paz y la democracia, sino con otro tipo de regímenes.
Aunque Pedro Sánchez se ha apresurado a corregir las palabras de Lula (sin que este se lo haya pedido) afirmando que el presidente brasileño "defiende la integridad territorial rusa", el mensaje no ha sido desde luego ese. Según Lula da Silva, la integridad de Ucrania debe respetarse, pero lo que es o no es Ucrania lo decidirá el Kremlin por la fuerza de las bombas y de las violaciones masivas de los derechos humanos de millones de ciudadanos ucranianos.
La visita de Lula a España ha coincidido con la llamada del presidente chino Xi Jinping a su homólogo ucraniano. Aunque nada se sabe del contenido concreto más allá de las formalidades diplomáticas y los lugares comunes de rigor, parece evidente que la llamada forma parte de una ofensiva china para presionar a Ucrania y a sus aliados occidentales, y entre ellos España, para que acepten el plan de paz defendido por Pekín, que es en realidad el deseado por el Kremlin.
Es preocupante que esa ofensiva se produzca poco más de un mes antes de que España asuma la presidencia del Consejo de la Unión Europea y que los cantos de sirena putinianos lleguen a oídos de Pedro Sánchez de la boca de un líder de esa izquierda latinoamericana por la que el PSOE siente una evidente sintonía ideológica. Pero el presidente español debería ser consciente de que, en este asunto en concreto, nada diferencia a Lula da Silva de Jair Bolsonaro. Nada.
España no puede convertirse en el eslabón débil de la UE desde la presidencia del Consejo de la UE, sino más bien en el bastión que resista las periódicas bajadas de tensión francesas y alemanas, naciones cuyos gobiernos se sienten periódicamente tentados por una realpolitik que en la práctica dejaría a Europa, a cambio de una paz a corto plazo en Ucrania, a los pies de los caballos de las autocracias rusa y china.
El presidente del Gobierno ha de ser consciente de que Ucrania no es más que la primera batalla de una guerra mucho mayor y que supone una amenaza existencial para las democracias liberales. Es la guerra que se libra hoy entre las dictaduras china, rusa e iraní, junto a sus aliados populistas de la extrema izquierda latinoamericana y la extrema derecha francesa y americana, contra las democracias occidentales.
Si por algo debería ser recordada la presidencia española del Consejo de la UE es por haberse convertido en un baluarte contra esos "planes de paz" para Ucrania que no serían otra cosa en realidad que la primera derrota de las democracias frente a las tiranías populistas en la gran batalla por el futuro del planeta.
Lula da Silva, como Xi Jinping, Putin, Trump o Le Pen, ha demostrado hoy no estar desde luego en el bando correcto de la historia.