El Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas decidieron ayer viernes en el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud poner fin a la obligatoriedad de las mascarillas en hospitales, centros de salud, farmacias, dentistas y residencias de mayores, los únicos lugares en los que esta continuaba siendo exigible. La medida deberá ahora ser ratificada por el Consejo de Ministros.
El uso de las mascarillas pasará a convertirse en una recomendación para trabajadores y ciudadanos en centros de salud. Así, las mascarillas pasan a ser voluntarias en España, que se había convertido en uno de los últimos países que continuaba obligando a su uso en determinados espacios visitados de forma habitual por la población más vulnerable.
El uso de las mascarillas había perdido definitivamente su sentido desde la declaración oficial del final de la pandemia el pasado 5 de mayo. Una pandemia que ha dejado 765 millones de casos y 6,9 millones de muertos en todo el planeta, pero cuya letalidad e incidencia había descendido a niveles ínfimos. La caída en picado de la mortalidad y de los contagios, unido a la disponibilidad de vacunas y de tratamientos, hacían ya innecesaria la adopción de medidas de precaución adicionales.
Cuestión aparte es la persistencia de dos realidades distintas. La de aquellas personas que sufren los síntomas de la Covid persistente y la de las enfermedades causadas o agravadas por esta infección. Pero esas son eventualidades sanitarias que en nada influyen a la hora de adoptar una decisión sobre el fin del uso de las mascarillas.
Con todo, y más de mil días después de que el Gobierno decretara la obligatoriedad de las mascarillas con la llegada de la pandemia a España, es obvio que algo ha cambiado en nuestro país. Las mascarillas no son ya un elemento extraño y que los ciudadanos sólo ven en la consulta del dentista y en los hospitales, sino un dispositivo que muchos españoles deciden usar por motivos variados. Para no contagiar al resto de usuarios del transporte público si se está levemente resfriado, por ejemplo, o para protegerse en caso de sufrir algún tipo de afección que pudiera agravarse por un contagio casual.
Es una buena costumbre, habitual sobre todo en algunos países asiáticos, y que EL ESPAÑOL defiende por motivos de civismo. Una vez acostumbrados al uso de las mascarillas, no parece absurdo contribuir a la protección de nuestros vecinos usando la mascarilla cuando sospechemos que podríamos contagiarles alguna enfermedad vírica como resfriados, gripes, bronquiolitis, laringitis y etcétera.
Es cierto que el fin de la obligatoriedad de la mascarilla podría haber llegado mucho antes. Por ejemplo en febrero, tal y como defendió ayer la Comunidad de Madrid. Pero el Gobierno, quizá por un exceso de prudencia, quizá por electoralismo, ha decidido ponerle fin ahora. Bienvenida sea en cualquier caso la medida con la esperanza de que nunca más debamos vivir la obligatoriedad del uso de la mascarilla.