Todas las encuestas, a excepción del CIS, auguran una victoria amplia del Partido Popular en las elecciones del 23-J. Con los datos sobre la mesa, Alberto Núñez Feijóo tendría las matemáticas de su parte para convertirse en el próximo presidente del Gobierno.
La marcha razonablemente buena de la economía, pues, no es suficiente para la remontada de Pedro Sánchez tras una legislatura en la que ha sufrido un enorme desgaste, causado fundamentalmente por sus peligrosas amistades y por las desastrosas consecuencias de la ley del 'sí es sí' o la ley trans.
Sin embargo, las inseguridades y desaciertos de los populares en la recta final del curso electoral pueden marcar un punto de inflexión. El liderazgo de Feijóo ha quedado minado con los malabarismos para justificar o despreciar los acuerdos de gobierno con Vox en varias comunidades autónomas. Hasta el punto de que esos malabarismos han forzado a María Guardiola a negociar con la extrema derecha después de afirmar, una semana antes, que no gobernaría con quienes "deshumanizan" a los inmigrantes o "niegan" la violencia machista.
Finalmente, el PP ha cedido a las exigencias de Vox nombrando a adeptos a las teorías de la conspiración para las presidencias de las cámaras de Aragón, Baleares y Valencia.
Feijóo asumió el riesgo de esta mancha en su carrera hacia la Moncloa, pero hay más losas que vienen acompañándolo. Ayer se descargó de una. El candidato conservador ha transmitido la sensación, durante semanas, de rehuir los debates con Pedro Sánchez, justificando la imagen de un candidato excesivamente temeroso. Esta idea creció después de negarse al cara a cara propuesto por la radiotelevisión pública, a la que el PP acusa de "parcialidad". Ayer se quitó Feijóo este peso de encima tras aceptar el debate organizado por Atresmedia. La gestión comunicativa pudo ser mejor, pero ya nadie le podrá afear que juega al escondite con Sánchez.
En cambio, al expresidente de la Xunta se le ha abierto un nuevo expediente en las últimas horas: la polémica por la no revelación de la integridad de sus ingresos al Senado. El presidente de la cámara, Ander Gil, ha dado una semana al candidato popular para presentar su declaración de bienes y renta, y para hacer público su sueldo como presidente del Partido Popular, pues como senador ya es conocido.
Más allá del claro interés electoral de la reclamación registrada por el socialista vasco, sorprende que el líder de la oposición no esté al día de sus obligaciones institucionales. El pasado lunes, Sánchez aprovechó la circunstancia durante la entrevista en la cadena SER. Si Feijóo sacó "la regla del dos" por la mañana para prometer 22 millones de afiliados a la Seguridad Social si gobierna, Sánchez respondió por la noche que la única regla del dos que conoce es la del "sueldo" y el "sobresueldo".
Todavía llama más la atención que Feijóo permita que se cebe una polémica que sólo contribuye a generar desconfianza en su carrera hacia la Moncloa. Es natural que Feijóo, como presidente del Partido Popular, cobre un sueldo por su trabajo, y que ese sueldo sea proporcional a su responsabilidad. Pero, siendo perfectamente legal, ¿por qué no lo declara y acaba con la polémica? ¿Por qué la aviva, sin embargo, con un silencio con el que el PSOE saca petróleo electoral?
Cualquiera puede comprender que lo último que le conviene al PP es extender la sospecha de que existen sobresueldos, como en otros tiempos, y que Feijóo recibe uno de ellos, como insinúa Sánchez. Si Feijóo quiere llegar a la Moncloa, debe actuar con rapidez y transparencia, sin dar aire a sus adversarios, y demostrar que no tiene nada que ocultar.
Si el temor es que sus contrincantes usen su sueldo como arma arrojadiza, ese temor es injustificado. Es peor ser acusado de falta de transparencia que de cobrar una buena nómina. Si la preocupación responde a seguir el juego del PSOE, no hay duda, la inacción es mucho peor que dejar zanjado el asunto.
A cuatro semanas de las elecciones, Feijóo está para pocos errores no forzados. Titubeó con la estrategia de pactos con la extrema derecha. Proyectó durante demasiado tiempo la imagen de un candidato temeroso de los debates. Y ahora aviva, sin motivo, la sensación de opacidad sobre sus cuentas. No son los mejores ingredientes para obtener una mayoría holgada el próximo 23 de julio.