Pedro Sánchez inaugurará este sábado la presidencia española del Consejo de la Unión Europea con un viaje a Kiev donde se reunirá con Volodímir Zelenski. La visita, cargada de simbología, confirma el apoyo español a la resistencia ucraniana contra el invasor ruso apenas cuatro semanas antes de la celebración de unas elecciones que, si los sondeos se confirman, podrían desalojar a Sánchez de la Moncloa.
La presidencia española podría por tanto comenzar con un presidente, Pedro Sánchez, y continuar tras las elecciones con otro distinto, Alberto Núñez Feijóo, que asumiría automáticamente la responsabilidad. La alternancia no debería suponer mayor problema dado que PP y PSOE comparten una postura prácticamente idéntica sobre los grandes asuntos de la agenda internacional, con la única excepción reseñable de Marruecos.
Siendo así, no se comprende cómo Sánchez no ha consensuado con Feijóo las líneas maestras de la presidencia española, de las que no ha informado al líder de la oposición.
A la vista de la escasa cooperación por parte del Gobierno, Feijóo ha configurado un grupo de trabajo europeo en el que figuran perfiles de máximo nivel procedentes de los equipos de Exteriores de José María Aznar y Mariano Rajoy. Componen ese grupo cinco exministros, un excomisario, cuatro diplomáticos, un profesor de Derecho Internacional y un eurodiputado.
Lo cierto es que pocos gestos podrían reforzar más la imagen internacional de España que el hecho de que Sánchez se hiciera acompañar de Feijóo en su visita a Kiev. Porque la postura de ambos es coincidente en relación con la invasión rusa de Ucrania, porque la política española al respecto no cambiará sea quien sea el inquilino de la Moncloa, y porque ese gesto lanzaría un mensaje de indudable fuerza en tiempos de crispación, división social y populismo: gobierne quien gobierne España, el país honrará sus compromisos, cumplirá sus promesas y se mantendrá firme en la defensa de los principios de la democracia liberal.
Qué fuerte sería España si Sánchez fuera capaz de ese gesto. Porque puede que nuestro país no tenga el mayor ejército de la UE, ni la economía más vital y saneada, ni sea el mayor contribuyente económico de la UE. Pero, más allá de las discrepancias ideológicas puntuales, sí tiene a dos partidos hegemónicos, uno a la derecha y otro a la izquierda, que comparten una misma política hacia Ucrania, la OTAN, la UE y la amenaza rusa.
El viaje a Kiev de Pedro Sánchez es por tanto una oportunidad para que el presidente haga lo correcto, invite a Feijóo a acompañarle y le demuestre tanto a Zelenski, como a Putin, como al resto del mundo que España es un país firme, estable y fiable, y que los cambios en la presidencia no implicarán de ningún modo una modificación sustancial de los compromisos y los acuerdos pactados con nuestros socios democráticos.
Y con ese sencillo gesto, Sánchez demostraría un sentido de Estado y de compromiso histórico mucho mayor que el que pueda exhibir de palabra en docenas de entrevistas, en el fondo, intrascendentes. Está en su mano hacer lo correcto y demostrar que España, la UE y por supuesto Ucrania están por encima de sus intereses personales y electorales.