"En tiempos en los que la palabra de un político no vale nada, yo reivindico la política de la palabra, porque sin palabra no hay política". Esto dijo ayer viernes Alberto Núñez Feijóo. Lo hizo pocos minutos después de que María Guardiola justificara su pacto con Vox en Extremadura con el argumento de que su palabra "no es tan importante como el futuro de los extremeños". No hizo falta un gran trabajo de exégesis para ligar ambos hechos y deducir que el líder del PP estaba, en el mejor de los casos, poniendo en evidencia las contradicciones de la futura presidenta de Extremadura.
Guardiola tenía un difícil papel ayer. Argumentar su "cambio de posición política", por utilizar la terminología usada por el presidente del Gobierno para justificar sus propias promesas incumplidas, tras haber acusado a Vox de negar la violencia machista, deshumanizar a los inmigrantes y tirar a la papelera la bandera LGTBI. Guardiola, de hecho, llegó a afirmar hace unos días que "se quitaría de en medio" antes que meter a Vox en su gobierno. "Me comprometo. No voy a gobernar con Vox" dijo en la Cadena SER.
En su comparecencia frente a los medios, una Guardiola desencajada y al borde de las lágrimas dio ayer varios argumentos para justificar su pacto con Vox. Argumentos que habrían tenido sentido si ella no hubiera empeñado su palabra en la promesa de que no gobernaría en coalición con los de Santiago Abascal. Porque al situar su rechazo a Vox en el terreno de los principios y no en el de las propuestas programáticas concretas, Guardiola asumió un compromiso con los extremeños que la obligaba a renunciar a la presidencia, a facilitar la investidura de Vara o a forzar segundas elecciones.
Con su actitud, Guardiola ha puesto en un compromiso a su propio partido. Porque, siendo evidente que el PSOE no puede afearle ahora al PP lo que el presidente del Gobierno ha hecho en innumerables ocasiones durante los últimos cuatro años, también es cierto que el PP tendrá ahora más difícil reprocharle a Sánchez el incumplimiento de su palabra y de las promesas hechas a los españoles. Es ella, por tanto, la que ha metido al PP en esa trampa, no el PSOE el que ha forzado ese error.
El pacto de María Guardiola con Vox no es desde luego inaceptable, más allá de la ausencia en él del término violencia de género. Y es cierto también que la Consejería de Medio Rural no es, a priori, la que más problemas puede darle a la presidenta autonómica porque su valor como plataforma para la batalla cultural es más que dudoso.
Pero Guardiola no puede hacer lo mismo que su partido lleva reprochándole cuatro años al presidente del Gobierno, y por supuesto con razón, y salir incólume de ello. Si el PP quiere demostrar que la palabra de sus líderes vale más que la de Pedro Sánchez y que un hipotético futuro gobierno del PP recuperará la confianza de los españoles en sus instituciones y en su clase política, sólo tiene una opción. Guardiola debe dimitir, tal y como ella misma se comprometió a hacer si ocurría lo que finalmente ha ocurrido.