Lo mejor de este viernes es que al fin termina una campaña marcada por la falta de voluntad de los candidatos para debatir sobre los asuntos que definirán el futuro de los españoles y por la profusión de mentiras, broncas y acusaciones entre los bloques.
Los ciudadanos acudirán a las urnas este domingo sin haber escuchado una discusión serena sobre el uso adecuado de los fondos europeos, esenciales para la recuperación y reindustrialización del país. Tampoco sobre la política exterior que debe seguir España, lo que incluye la implicación en la defensa de Ucrania tras el resurgir del imperialismo ruso, o la definición de un consenso sobre la postura a defender dentro de la Unión Europea en la guerra fría entre Estados Unidos y China.
Mientras PP y Vox se centraban en los males y mentiras del sanchismo, y mientras PSOE y Sumar alimentaban la imagen de un Feijóo mentiroso patológico, pasaban de largo los debates importantes. Entre ellos, la idoneidad de aplicar o no los peajes en las autovías para favorecer la transición ecológica, costear el mantenimiento de las infraestructuras y, en fin, cumplir con los compromisos alcanzados con Bruselas para recibir el quinto tramo de los fondos europeos.
Asimismo, los candidatos han rehuido presentar un análisis serio sobre la eficacia de la legislación laboral en vigor, o sobre si las cifras de ocupación son engañosas o no.
Todas las energías, a un lado y otro del espectro político, se han volcado en el impacto mediático, en el acaparamiento de titulares y programas. Y lo peor quizá haya sido el alineamiento descarado de los medios de comunicación con una fuerza política u otra, ejerciendo en demasiadas ocasiones como mera correa de transmisión de la propaganda de partido. Casi nadie ha parecido salir, pues, de un esfuerzo efectivo de polarización de la sociedad española.
Desde luego, Sumar y PSOE no han faltado a la cita. La podemización de la izquierda ha permitido espectáculos tan grotescos como el de que el presidente del Gobierno haya dedicado un espacio en cada intervención pública a cuestionar a los analistas y medios críticos con su mandato. Los esfuerzos de la izquierda por construir la imagen de una derecha que encarna todos los males de la humanidad, obsesionada por transportar a España a su pasado más oscuro, han marcado su hoja de ruta. Estas caricaturas no son muy distintas a las empleadas por su denostado Vox contra ellos.
Nadie podrá decir que Feijóo sale impoluto de estas semanas. Pero hay que reconocerle que ha sido el único con intención de ofrecer un pacto al PSOE y escapar de los extremismos. Queda abierto el debate sobre la honestidad de su mano tendida, con el ejemplo de Extremadura o Canarias a la vista de cualquiera. Pero su intención de alcanzar un pacto a escala nacional merece un reconocimiento, a diferencia de la beligerancia expresada desde el primer día por su principal adversario.
El PSOE deberá hacer cargo de conciencia por un uso inaceptable de las instituciones del Estado para beneficio de su candidato. No se trata únicamente de la explotación de las comparecencias posteriores a las cumbres internacionales, sino también de un organismo originalmente independiente como el CIS. Desde la colocación de Tezanos, su propósito de medición de las corrientes de pensamiento y voto de los españoles ha derivado en una agencia corrompida para la manipulación de la opinión pública.
La campaña ha sido atípica por muchos motivos. La decisión de celebrarla en este caluroso julio impidió grandes movilizaciones de simpatizantes y curiosos en los mítines, y sustituyó los actos de masas por un goteo agotador de apariciones en las radios, televisiones y diarios del país. La campaña es condenable por las semanas escogidas, pues, pero es imperdonable por su toxicidad para la sociedad y su inutilidad para decidir el voto con argumentos racionales. El ruido y la furia de sus protagonistas se han impuesto al derecho de los españoles a conocer sus planes para el país. Esta larga campaña sólo merece el olvido. Y afortunadamente acaba ya.