Pedro Sánchez puede estar a punto de perder una de las piezas imprescindibles de su Gobierno. El Ejecutivo ha presentado formalmente a Nadia Calviño para presidir el Banco Europeo de Inversiones (BEI), considerando que está en condiciones de lograr los apoyos necesarios en el próximo Consejo de Ministros de Economía y Finanzas del 15 y 16 de septiembre.
Si acaba siendo elegida, Calviño podrá seguir siendo la número dos del Gobierno (en el caso de que Sánchez revalide la presidencia) hasta el 31 de diciembre de este año. Una vez ocupado el puesto, tendría que dejar el Ejecutivo, porque es incompatible con sus responsabilidades como vicepresidenta primera.
Es lícito especular que el Gobierno cree tener amarrada una mayoría suficiente de los votos de los Estados miembros para que su candidatura prospere. De lo contrario, sería ilógico arriesgarse a que Calviño acabase como segundo plato y tener que prescindir de ella al frente del Ministerio de Asuntos Económicos.
Porque para Sánchez supondría quedarse sin el perfil que le ha imprimido credibilidad y solvencia a su política económica. Es ella quien, con su reputada experiencia gestora a nivel nacional e internacional, ha dado garantías a la economía de un Gobierno que en muchos momentos se ha deslizado hacia la irresponsabilidad y ha generado incertidumbre.
Gracias a Calviño, Sánchez pudo mantener abierto el diálogo con la banca después de haber aprobado el impuesto extraordinario sobre los resultados del sector. Y también le debe a la ministra de Economía haber salido en defensa de los empresarios, moderando las exigencias de incremento del SMI de Yolanda Díaz.
Además, el PSOE había aupado a la vicepresidenta durante la campaña de las generales, conscientes de que constituía su mayor activo electoral. Ella fue la primera en sacar a relucir la foto de Feijóo con Marcial Dorado para dañar su imagen, lo que evidenciaba que Calviño había adoptado un perfil mucho más político que al que nos tenía acostumbrados. Se mostró más cercana que nunca a un partido del que ni siquiera tiene el carné, y llegó a sonar como una posible alternativa a Sánchez en caso de descalabro.
Y sin embargo, la candidatura de Calviño al BEI ya estaba decidida desde hace meses. O sea, que mientras el presidente alardeaba de ella diciendo que "nosotros tenemos a Nadia, y ellos [el PP] no tienen a nadie", ya sabía que la vicepresidenta estaba de salida.
Por todo ello, resulta inverosímil que la iniciativa para presentarse a presidir el banco comunitario de la UE haya partido de Sánchez. La decisión sólo se entiende si es ella quien quería salir del Gobierno.
Ni siquiera se puede aducir el precedente de su postulación para la presidencia del Eurogrupo, que acabó perdiendo. Porque en ese caso se trataba de impulsar la proyección de la ministra de Economía en ejercicio, aumentando sus responsabilidades en Europa. No sólo no implicaba abandonar el Ejecutivo, sino que era un requisito y servía para fortalecer su perfil.
Es cierto que la responsable de Economía ya ha ocupado altos cargos en la Comisión Europea, y que es la presidenta del Comité Monetario y Financiero del FMI. Como Sánchez, tiene mano en Bruselas. Y el Gobierno quiere rentabilizar esta presencia española en las instituciones comunitarias (como la de Luis de Guindos al frente de la vicepresidencia del BCE, o la presidencia del semestre europeo de España) para aumentar su influencia en la gobernanza económica de la UE.
Pero presentarse a un cargo que sí conlleva dejar su cartera evidencia que Calviño ya no confía en el proyecto de Sánchez. Todo apunta a que ha reparado en que la precaria alianza en la que quiere apoyarse el presidente aboca a un Gobierno dependiente de unos socios con los que será inviable mantener a un presupuesto equilibrado.
Y más cuando el próximo endurecimiento de las reglas fiscales comunitarias obligará a recuperar la disciplina presupuestaria mediante planes de ajuste. Además, se tendrá que iniciar la devolución de una parte de los fondos europeos en el marco de una mayoría parlamentaria escueta y voluble.
Sólo cabe interpretar la candidatura de Calviño como un abandono voluntario del Gobierno por no compartir la política económica que se está ejecutando o que está por venir. Este episodio recuerda y se produce en circunstancias muy similares a la espantada del exministro Pedro Solbes en 2009, que dejó el Ejecutivo de Zapatero por discrepancias con la reticencia del presidente a aplicar unas reformas, que eran urgentes, ante la crisis financiera internacional. La historia le dio la razón al que abandonó aquel barco.