No parece difícil intuir un sutil reproche del rey en el comunicado que ha hecho pública la Casa Real explicando los motivos de la elección de Alberto Núñez Feijóo como candidato a la investidura como presidente del Gobierno.
"Los representantes de los grupos políticos con representación parlamentaria que han comparecido en el procedimiento" dice el comunicado, evidenciando que lo que hace años podía ser superfluo (porque los votos de los partidos minoritarios no decantaban la presidencia), hoy, a la vista del resultado de las elecciones del 23-J, es decisivo.
Sin información sobre la intención de voto de ERC, Junts, BNG y Bildu, el rey no tiene forma de saber qué candidato cuenta con los apoyos suficientes para su investidura. Y el monarca no se guía, ni puede guiarse, por las informaciones o las cábalas que publicamos los medios de comunicación.
Felipe VI sí puede, evidentemente, tener en cuenta la disposición de los candidatos a pelear por los apoyos necesarios, o su mayor o menor confianza en la posibilidad de conseguirlos. Pero sin la comparecencia de los partidos clave, no tiene forma de saber qué candidato tiene más posibilidades de conseguir la investidura.
Desde este punto de vista, la elección del líder del PP como candidato a la investidura, incluso sin tener los apoyos suficientes para ello, es probablemente la única opción que le quedaba a Felipe VI.
En primer lugar, porque Feijóo es el ganador de las elecciones y, como dice el comunicado de la Casa Real, "salvo en la Legislatura XI, en todas las elecciones generales celebradas desde la entrada en vigor de la Constitución, el candidato del grupo político que ha obtenido el mayor número de escaños ha sido el primero en ser propuesto por su Majestad como candidato a la Presidencia del Gobierno".
En segundo lugar, porque Feijóo cuenta hoy con más votos garantizados (172) que un Pedro Sánchez que todavía no ha conseguido el apoyo explícito ni de ERC, ni de Junts, ni del PNV.
Y en tercer lugar, porque el monarca gozaba del aval político que supuso la asunción pública por parte del PSOE, hace apenas 48 horas, de la posibilidad de que Feijóo, y no Sánchez, fuera el candidato escogido.
Cuestión aparte es el análisis político del escenario que queda tras la decisión del rey. Porque, en cierta manera, ambos candidatos se benefician de la decisión del monarca.
Feijóo, porque el encargo de Felipe VI le permite ganar foco mediático, rentabilizar su imagen de "ganador de las elecciones" y presentarle una propuesta alternativa de gobierno a los españoles.
Sánchez, porque la investidura de Feijóo, que hoy parece imposible por la negativa del PNV a prestar su apoyo a cualquier gobierno que necesite los votos de Vox, le permite ganar tiempo para negociar con los independentistas.
Pero también para ganar fuerza política. Porque tras la previsible derrota de Feijóo se hará evidente que las únicas opciones posibles realistas son una investidura de Sánchez o la repetición de las elecciones. Una repetición electoral que tradicionalmente ha perjudicado a las fuerzas minoritarias.
Sánchez prefiere por supuesto ser nombrado por el rey dentro de aproximadamente un mes puesto que eso le dará tiempo para pactar no sólo la investidura, sino también los Presupuestos de 2024. Algo que, en cierta manera, convierte a Feijóo en la liebre mecánica para los pactos del galgo Pedro Sánchez. Sobre todo después de que el líder del PP se haya rendido en el plano formal a Vox dándole su agradecimiento público, lo que le ha dado a Sánchez la pistola humeante que necesita para vender a los ciudadanos españoles la idea de que Vox y PP son una unidad indisoluble.