Aunque a la hora de escribir este editorial su muerte no ha sido confirmada aún oficialmente, la presencia de Yevgueni Prigozhin en la lista de pasajeros del avión que ayer miércoles fue derribado en la región de Tver, a las afueras de Moscú, hace pensar que el líder del grupo Wagner que el pasado 23 y 24 de junio se alzó en armas contra Vladímir Putin es ya una nueva víctima de la furia con la que el presidente ruso despacha a sus enemigos, sean estos reales o imaginarios.
Prigozhin se suma así a la lista de alrededor de cien opositores (políticos, periodistas y empresarios principalmente, tanto rusos como extranjeros) que han muerto en Rusia y en otros países, especialmente en el Reino Unido, en extrañas circunstancias desde la llegada de Putin al poder: Alexander Litvinenko, Stephen Moss, Igor Ponomarev, Stephen Curtis, Vladímir Shcherbakov, Matthew Puncher, Yuri Golubev, Nikolái Glushkov, Anna Politkóvskaya…
Aunque la organización de mercenarios Wagner desmintió tras el derribo las afirmaciones de que su líder se encontraba a bordo del avión abatido por los sistemas antiaéreos rusos, y afirmó que Prigozhin viajaba en un segundo avión de su propiedad, fuentes no oficiales han confirmado que Prigozhin, efectivamente, estaba en el avión siniestrado.
De las diez personas a bordo del avión derribado, siete serían pasajeros y tres, miembros de la tripulación. Todos habrían muerto, aunque la agencia estatal de noticias rusa Ria sólo ha informado de ocho cuerpos identificados.
No es previsible que el Gobierno ruso dé explicaciones detalladas de lo realmente sucedido, aunque parece evidente que el destino de Prigozhin quedó sellado tras su motín contra Putin. Un verdadero golpe de Estado que llevó a los mercenarios del grupo Wagner a tomar el control del Estado Mayor ruso en la ciudad de Rostov y que sólo unas horas después les llevó a sólo unos pocos cientos de kilómetros de Moscú con la intención declarada de derrocar al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y al jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov.
El golpe finalizó con un frágil acuerdo de "impunidad" para los sublevados. Prigozhin y sus hombres se trasladaron a Bielorrusia, aunque el líder de los mercenarios parecía moverse durante estas últimas semanas con cierta libertad por Rusia y algunos países extranjeros, sobre todo africanos.
Pero Putin no podía permitir de ningún modo que el líder de un golpe a su autoridad como el ejecutado por el grupo Wagner saliera impune de su desafío. Y aunque la opacidad del régimen ruso permitía también contemplar como posible algún tipo de acuerdo entre Putin y Prigozhin que le permitiera a este salvar la vida (mientras las tropas de Wagner continuaran bajo su mando), a nadie sorprendió ayer la noticia de la muerte del último "opositor" que se ha atrevido a desafiar a Putin e incluso a ridiculizarle frente a las élites del poder rusas.
Las claves de lo sucedido ayer deberán ser analizadas a partir de informaciones fragmentarias a lo largo de las siguientes semanas. Pero si la muerte de Prigozhin se confirma oficialmente (y el Gobierno ruso será en ese caso el primer interesado en certificarlo) el mundo tendrá una nueva prueba de que Putin no piensa detenerse ante nada y ante nadie para conservar el poder, y de que cualquiera que ose desafiar su autoridad acabará, antes o después, asesinado. Porque Putin sólo comprende el lenguaje de la fuerza, como ha demostrado y sigue demostrando día a día en Ucrania.