Las protestas de este lunes con motivo de la Diada han acabado volviéndose contra el independentismo catalán que está negociando la formación del próximo Gobierno de España.
En primer lugar, porque esta festividad colonizada por el secesionismo ha cosechado peores números incluso que el año pasado. Las 115.000 personas que según la Guardia Urbana se han congregado en Barcelona para clamar por la independencia están muy lejos de los 600.000 manifestantes de 2019.
El acto grande del separatismo sigue perdiendo fuelle. Ni siquiera el hecho de que Junts y ERC tengan la sartén de la investidura de Pedro Sánchez por el mango ha logrado movilizar a la calle.
Pero, sobre todo, la Diada ha sido un fracaso para el independentismo porque lo que iba a ser una manifestación contra el Gobierno de España ha acabado siendo prácticamente una manifestación contra el Govern de la Generalitat.
Ya en la ofrenda floral previa a la marcha la delegación de ERC recibió silbidos y fue imprecada al grito de "botiflers" y "fuera".
Después, durante la concentración, Pere Aragonès fue acusado de "traidor" por su apuesta por la Mesa de Diálogo, y se llegaron a quemar efigies del president entre pancartas de "Govern dimisión".
Por último, en la lectura del manifiesto al final del recorrido, la presidenta de la ANC reclamó "independencia o elecciones", instando al Ejecutivo de Aragonès a convocar elecciones si no se atreven a asumir el mandato del referéndum del 1-O y desisten de luchar por la declaración unilateral de independencia.
De modo que la ultranacionalista ANC ha acabado centrando la animosidad de sus ataques en sus propios líderes.
En realidad, esta es una dinámica que ha caracterizado a todos los movimientos revolucionarios. La insurrección contra el orden establecido abre una tendencia de radicalización interminable que se acaba cobrando como víctimas a sus propios promotores, que ya no resultan lo suficientemente radicales para la masa enfervorecida.
El problema es que el Gobierno no está libre de verse damnificado por este proceso de recrudecimiento insaciable. Resulta injustificado el triunfalismo de Moncloa, que ha celebrado el pinchazo de la Diada por considerar que prueba la debilidad y la división del independentismo, y que fortalece a Sánchez en su negociación con Carles Puigdemont.
Porque este pinchazo es sólo relativo.
Es cierto que el nacionalismo no para de perder votos (300.000 el 28-M y 600.000 el 23-J), y que está notablemente debilitado en la calle. Pero la coyuntura política española y la indulgencia de Sánchez le han dado más poder que coacción que nunca.
Moncloa está haciendo una lectura desatinada de la fractura en el movimiento independentista, considerando que viene a ratificar el acierto de su política de "pacificación" del "conflicto en Cataluña".
La crudeza del rechazo a la vía negociadora de Aragonès prueba precisamente que no ha habido tal pacificación. Por el contrario, las bases independentistas están exigiendo a sus líderes que endurezcan sus reclamaciones a Sánchez, y hasta ERC les parece tibio.
Las calles son ahora más extremistas incluso que Puigdemont, que al fin y al cabo también ha acabado abriéndose a negociar con el Gobierno de España. El soberanismo más recalcitrante azuza al ex president y le obliga a radicalizarse aún más.
Y la responsabilidad es de Moncloa, que ha reactivado y vuelto a tensionar al movimiento secesionista, dándole más esperanzas cuando estaba más aletargado.
Sánchez debe ser consciente de que cabalga a lomos de un tigre que va asestando zarpazos sin ton ni son, y que se lo puede llevar también a él por delante.
Si Moncloa entiende que con esta Diada se ha anotado un tanto, corremos el riesgo de que siga tirando del hilo del argumento del apaciguamiento: si los indultos se han revelado útiles, ¿qué más da que beneficiar penalmente al procés sea inmoral? ¿Por qué no la amnistía?
Y es que, como informa este periódico, el PSOE ve "inasumbile" el referéndum, pero sólo tras haber aceptado la amnistía. ¿Qué credibilidad tiene esta nueva línea roja en boca de quienes también dijeron en su día que la amnistía era inasumible?
Sánchez no puede devolver al independentismo el poder que le quitaron las calles y las urnas. Porque aunque esté en mínimos electorales, se encuentra en máximos en términos de reivindicaciones. Y seguirán redoblando la presión para sacar el máximo rédito al chantaje al Estado.