Hoy a las 12:00 comenzará en el Congreso el debate de investidura más atípico en 45 años de democracia. No es la primera vez que un candidato se presenta teniendo garantizada su derrota (el mismo Pedro Sánchez se presentó a dos investiduras, en marzo de 2016 y julio de 2019, sin tener los apoyos suficientes para ello), pero sí será la primera vez que el ganador de las elecciones ve cómo una alianza del segundo partido con nacionalistas y populistas le arrebata la presidencia.
Por primera vez en la historia de España, por lo tanto, el presidente podría ser dentro de unas semanas, si se cumplen los pronósticos, un candidato derrotado en las urnas.
Pero España es una democracia presidencialista y era cuestión de tiempo que una mayoría de perdedores alternativa al ganador de las elecciones impusiera el peso de sus votos. Podría haber ocurrido antes. Por ejemplo en 1996, cuando Aznar ganó las elecciones sin mayoría absoluta. Pero ha tenido que llegar Pedro Sánchez al poder para que esa posibilidad se haya convertido en realidad en el Congreso de los Diputados.
La excepcionalidad del escenario político español no radica tanto en ello como en el hecho de que el candidato llamado a gobernar vaya a hacerlo, a cambio de concesiones dudosamente constitucionales, de la mano de partidos antisistema y de otros cuyo objetivo declarado es la destrucción de nuestra democracia constitucional.
El debate de investidura no será tarea fácil para Alberto Núñez Feijóo a pesar de la inesperada inyección de autoestima que supuso la masiva asistencia al acto convocado por el PP en la plaza Felipe II de Madrid en contra de la amnistía al prófugo de la justicia Carles Puigdemont. Y no será fácil porque el fracaso está casi garantizado.
Descartado el apoyo del PNV, al PP sólo le resta la posibilidad de que un puñado de diputados socialistas cambie por sorpresa el sentido de su voto en protesta por las concesiones de Sánchez al independentismo. La posibilidad parece completamente descartada en estos momentos, aunque la excepcionalidad de la situación y la incertidumbre a la que nos abocan los pactos y las cesiones de Sánchez justificarían sin duda alguna el voto en conciencia a partir de una evidencia irrefutable: la Constitución, en su artículo 67.2, prohíbe el mandato imperativo.
El "transfuguismo", descartados los casos excepcionales de compra de votos, no es por tanto más que el nombre con el que los partidos políticos españoles satanizan algo tan elemental y democrático como el voto en conciencia.
El simple hecho, además, de que un partido, en este caso el PSOE, pueda acceder al poder haciendo exactamente lo contrario de lo que prometió en campaña es la prueba de cómo la representación política de los ciudadanos consagrada por el artículo 23 de la Constitución ha sido pervertida por una idea tóxica de la democracia, de la que sólo conserva el nombre, pero no su esencia.
Las sesiones que va a vivir el Congreso este martes, miércoles y viernes van a ser así más una moción de censura preventiva que un debate de investidura al uso.
Pero que el resultado esté cantado no quiere decir que Feijóo no tenga una labor excepcionalmente importante por delante. Esa labor no será, o no será solamente, la de demostrar frente a los ciudadanos lo corrosivo de los pactos de Sánchez. Sino también la de demostrar que el PP tiene un proyecto para España y los españoles alternativo a la componenda entre socialismo y nacionalismo. Un proyecto capaz de acabar con el perpetuo chantaje nacionalista, de ser aceptado por todos los ciudadanos españoles, incluidos catalanes y vascos, y de preservar al mismo tiempo la igualdad constitucional.
Si ese camino intermedio entre la ruptura constitucional por la vía de los hechos consumados que propone Sánchez y el 155 perpetuo que propone Vox existe, entonces Feijóo es el presidente que necesitan los españoles. Si ese camino no existe, y eso es tanto como decir que la democracia española ha superado ya el punto de no retorno, entonces Feijóo no podrá ser el hombre que encuentre el denominador común de todos los españoles porque este no existe ya y España ha dejado de existir como Nación en la cabeza de sus ciudadanos antes de hacerlo en la práctica como Estado.
Feijóo tiene, por tanto, una sola misión hoy. Demostrarle a los ciudadanos españoles que Pedro Sánchez no es una inexorabilidad histórica. Es decir, que España existe. El domingo lo comprobó en las calles. Ahora le toca a él demostrarlo en el Congreso.