Una sola frase de Miriam Nogueras, la portavoz de Junts, bastó ayer miércoles para desencajar a un Pedro Sánchez que, hasta ese momento se había limitado a plantear su presidencia como la opción "menos mala" (esas fueron las palabras de Gabriel Rufián) frente a la supuesta amenaza de un gobierno de Alberto Núñez Feijóo.
"No vamos a hacer una lista de la compra, queremos el supermercado entero" dijo Nogueras. A renglón seguido, la portavoz de Junts amenazó al presidente con dejarle caer de inmediato si no cumple "las 1.486 palabras de nuestro acuerdo".
1.486 palabras que le obligan a negociar tanto el referéndum de independencia como la cesión del 100% de los impuestos a Cataluña. 1.486 palabras que incluyen también la guerra institucional contra un Poder Judicial que podrá ser enjuiciado por comisiones de investigación ad hoc del Congreso por su presunta guerra sucia contra el independentismo.
La amenaza fue lo suficientemente explícita como para que Sánchez, con el semblante visiblemente demudado, diera una respuesta de compromiso acerca de su voluntad de cumplir con el acuerdo firmado con Junts.
Si algo quedó claro tras el discurso de Nogueras, incluso dando por descontado el plus de teatralidad implícito en las intervenciones parlamentarias, es que Pedro Sánchez es un presidente sometido a chantaje. Y la prueba de que Sánchez está condenado a convertirse en una marioneta de Junts es que su respuesta ni siquiera permitió atisbar el menor asomo de dignidad institucional frente a las advertencias de Nogueras.
Ningún presidente debería aceptar bajo ningún concepto convertirse en un mandatario bajo chantaje. Y si no hay escapatoria razonable a ese chantaje, Sánchez, que salió ayer del Congreso humillado, debería renunciar a la presidencia.
Oposición a la oposición
"O la democracia proporciona seguridad o la inseguridad acabará con la democracia". Así arrancó ayer miércoles Pedro Sánchez su discurso de investidura.
Un discurso que pronto se convirtió en la réplica que el presidente en funciones debería haber hecho, en todo caso, al discurso de investidura de Alberto Núñez Feijóo del pasado mes de septiembre. Porque más que un discurso de investidura, Sánchez hizo un discurso de oposición a la oposición.
La frase de Sánchez es, en cualquier caso, impecable.
Pero olvida el presidente que la seguridad de una democracia no descansa en las manos de los antidisturbios de Marlaska, los soldados de Robles o los agentes del CNI, sino en la fe de los ciudadanos españoles en sus instituciones.
Y esa fe se sostiene sobre unos pilares cada vez más dañados, cuando no destrozados ya por la aluminosis del frentismo: los de la confianza de los españoles en la integridad de sus líderes políticos.
Es decir, los de la confianza en que no están siendo engañados por ellos.
Nada en el discurso de Sánchez permitió atisbar ayer miércoles la menor autocrítica por el hecho de que su investidura se vaya a producir a cambio de la amnistía por los delitos del procés y otras concesiones que rompen el principio de igualdad de todos los españoles y que implican un ataque a la independencia judicial inédito en democracia.
A lomos de un engaño
Pedro Sánchez será investido en unas horas presidente de forma totalmente legítima. Ningún ciudadano español puede dudar de la legalidad y la corrección del procedimiento.
Pero lo hará a lomos de un engaño. Un engaño sobre un asunto, además, de capital importancia, que afecta al núcleo del Estado de derecho, y sin que haya mediado la más mínima explicación verosímil sobre él.
Aunque lo cierto es que esa explicación verosímil no existe. Porque la evidencia de que la amnistía se ha concedido, no para mejorar la convivencia en Cataluña, sino a cambio de los siete votos de Junts, es imposible de ocultar. Ni siquiera tras la alusión a "unas circunstancias que son las que son". Porque ¿se refiere Sánchez a las circunstancias del escenario político español o a las suyas?
Todos los españoles, incluso los más ciegamente partidarios del presidente, conocen la respuesta a esa pregunta.
Sánchez no puede seguir escapando de la realidad a costa del bienestar y la convivencia entre españoles. Y las amenazas de Junts son lo suficientemente explícitas como para que el PSOE asuma de una vez que este camino no conduce a ningún destino sano.