Los únicos actos de disidencia que han podido verse durante la última jornada electoral de las elecciones rusas, que según los primeros sondeos a pie de urna han otorgado la reelección a Vladímir Putin con más del 87 % de los votos, son unas largas colas de votantes en algunas ciudades del país.
Atendiendo a la petición de la viuda del Alexei Navalny, algunos ciudadanos se han agolpado en las puertas de los colegios electorales acudiendo a votar al mismo tiempo, en un gesto simbólico de protesta. Y aún así, se han producido decenas de detenciones.
Por lo demás, la oposición está prácticamente desarticulada en Rusia.
En las más de dos décadas que lleva Putin en el poder, se ha producido un rosario de misteriosas muertes entre todos los periodistas, activistas, políticos y oligarcas que han denunciado públicamente la corrupción de la cleptocracia que sostiene al Kremlin, investigado los abusos del ejército en Chechenia y luego en Ucrania, o criticado la deriva autoritaria de Rusia.
Es la forma de proceder natural mediante el terror de un sistema mafioso de gobierno que injertó en la nueva estructura política los servicios especiales de la época soviética para edificar un auténtico Estado policial.
Pero tras la invasión de Ucrania, la represión se ha recrudecido.
Desde que llegó a la presidencia hace 24 años, Putin ha sustentado a nivel doméstico su dominio mediante una política de expansionismo neoimperialista con sucesivas campañas militares, que para sostenerse han necesitado a su vez de una intensificación de la violencia interna. Algo apreciable más recientemente con la persecución de todos aquellos que han osado cuestionar su propaganda sobre la "operación militar especial" en Ucrania.
Hoy en día, prácticamente todos los disidentes reales (no la oposición marioneta del Kremlin que se ha presentado a estas elecciones) están en la cárcel o en el exilio, o han sido purgados.
Tras la eliminación de Navalny, el símbolo más popular y carismático de la oposición rusa (y uno de los pocos que logró liderar movilizaciones masivas contra el régimen), cualquier movimiento que pueda amenazar a la ya dictadura de pleno derecho de Putin ha sido descabezada.
Si a eso se le añaden las pseudoelecciones de este fin de semana (con unos electores votando en condiciones de intimidación, una restricción de la competencia electoral que hace en la práctica imposible la presentación de una alternativa real, y la ausencia por primera vez desde 1993 de observadores internacionales independientes), ya no quedan prácticamente obstáculos al afianzamiento del poder de Putin. La legitimación por medio de la alta participación en este simulacro de votaciones libres, y la posibilidad de ser reelegido por otros 12 años más, apuntan ya a un mandato vitalicio.
En estas circunstancias, como ha apuntado en conversación con EL ESPAÑOL el precursor de Navalny en el liderazgo de la oposición rusa, Mijaíl Jodorkovski, ya "no hay modo de que el régimen de Putin caiga de forma democrática".
Sólo resta, en primer lugar, que la oposición se organice en el extranjero para poder conducir desde el exilio la labor de disidencia que ya no puede hacerse dentro de las fronteras rusas.
En segundo lugar, como propone Jodorkovski, que los gobiernos occidentales no reconozcan la legitimidad del nuevo gobierno, aunque la dictadura pueda seguir ungiéndose con el lavado de cara de los no alineados del "Sur Global" que, embaucados por la propaganda, se resisten a condenar sus violaciones de derechos humanos.
Y, por último, lograr que Rusia pierda la guerra en Ucrania, el único contratiempo lo suficientemente sangrante como para poder apear a Putin del poder.
La disposición de líderes como Macron a enviar efectivos para respaldar a las tropas de Zelensky, y el llamamiento de Ursula von der Leyen a impulsar la capacidad industrial de defensa europea y el gasto militar en los próximos 5 años, ratifican la catarsis occidental: sólo con una Europa y unos Estados Unidos fuertes, que mantengan el apoyo económico y militar a Kiev, podrá frenarse a esta oligarquía genocida capitaneada por un criminal de guerra.