El ataque lanzado contra Israel en la madrugada de este sábado supone la primera agresión directa de Irán, que venía manteniendo una guerra latente con el país hebreo a través de su "eje de resistencia". Israel ha tenido que lidiar hasta ahora con un doble frente: el de Hamás en Gaza, y el de los proxies (Hezbolá en Líbano, los hutíes en Yemen y las milicias de Siria e Irak) de Teherán, que comparte con los terroristas palestinos el propósito de borrar a Israel del mapa.
Aunque el ataque parece estratégicamente medido para no causar un daño tan grande como para provocar un estallido bélico, lo cierto es que Teherán sale muy debilitado del choque, después de que el escudo antimisiles israelí haya repelido la práctica totalidad de los 350 misiles y drones arrojados.
Israel ha demostrado la impresionante fortaleza de su capacidad de defensa, y la eficiencia casi plena de su tecnología militar puntera. La Cúpula de Hierro ha interceptado todos los drones y misiles de crucero antes incluso de entrar en el espacio aéreo israelí. Y ha derribado el 99% de los misiles balísticos, habiendo evitado que se produjeran muertos y teniendo que lamentar daños mínimos en sus infraestructuras.
El error estratégico de Irán va más allá de haber probado la incontestable superioridad militar israelí.
Al llenar los cielos de Oriente Medio de misiles, es de esperar que quede reforzada la alianza de Israel con los Estado arábigos por la que estos han mantenido una neutralidad prooccidental. También ratificará el apoyo de sus socios occidentales, como prueba ya que en el derribo de los proyectiles participaran, junto a las fuerzas aéreas israelíes, aviones de EEUU, Reino Unido, Arabia Saudí y Jordania.
Indirectamente, Irán puede haber venido en auxilio de Benjamin Netanyahu en un momento en el que empezaba a ser cuestionado por la comunidad internacional por los desmanes de su campaña en Gaza. Cuando el foco estaba puesto en la petición de un alto el fuego, Netanyahu se reviste ahora de legitimidad para reanudar la ofensiva con la cuestionada incursión en Rafah.
Después de los hechos del 14 de abril, no parece que vayan a quedar dudas acerca de la continuidad de la ayuda militar de EEUU a Israel. Máxime cuando Joe Biden ya ha adelantado que el compromiso norteamericano "con la seguridad de Israel y contra las amenazas de Irán es férrea"
Sería deseable que la ratificación del apoyo estadounidense a Israel se haga extensible también a Ucrania. Porque la agresión de Irán responde al mismo plan de desestabilización y debilitamiento de la influencia occidental que la invasión rusa de Ucrania.
Es cierto que Israel golpeó primero, cuando bombardeó el pasado 1 de abril el consulado iraní en Damasco en respuesta al apoyo de Teherán a los enemigos de Israel. Pero este casus belli con el que el ayatolá Jamenei ha justificado la represalia es sólo la excusa que necesitaba para iniciar lo que puede concebirse como la segunda fase de la operación antisionista que comenzó con los atentados de Hamás del 7 de octubre, en los que el régimen islámico colaboró.
El tensionamiento del conflicto ofrece renovadas razones para mantener a raya a Irán mediante sanciones y para poner coto a su programa nuclear. Pero también sirve a modo de recordatorio del subyacente choque entre modelos civilizatorios en liza, en un escenario geopolítico que bascula entre una nueva guerra fría y una tercera guerra mundial.
Ucrania e Israel (a la espera de que China mueva ficha en Taiwán) son dos piezas del tablero internacional en el que se va a dirimir la nueva era de competición de grandes poderes. En ella el eje antioccidental de autocracias (China, Rusia, Irán, Corea del Norte) ya está probando su sociedad, con la que aspiran a arrebatar la hegemonía de la alianza atlántica de democracias para reconfigurar el orden global de la posguerra.
Israel ha demostrado que las batallas a veces se ganan defendiéndose, y de ahí la necesidad de un rearme para que los aliados se doten de una defensa con capacidad disuasoria y repelente. Pero las Fuerzas Armadas israelíes también se proponen pasar al ataque, asegurando que el choque con Irán "no ha acabado".
Es evidente que Israel no puede dejar sin respuesta el ataque iraní sin transmitir debilidad o indolencia. Pero también debe hacer alarde de prudencia, y evitar arrojarse a una represalia que podría desatar una espiral descontrolada de violencia y dar lugar a un conflicto regional.
A Israel le interesa evitar un nuevo error de cálculo, atendiendo a las demandas de contención de la comunidad internacional, que tras condenar el ataque ha pedido enfriar el conflicto para no propiciar una escalada bélica que tendría consecuencias geopolíticas y económicas devastadoras.