Ninguna de las teorías que han surgido durante las últimas horas y que intentan explicar la razón última de la carta de Pedro Sánchez encaja ni con la debilidad de la denuncia de la organización Manos Limpias contra Begoña Gómez, sostenida sobre recortes de periódicos y al menos una noticia falsa, ni con la anomalía de los cinco días de reflexión y agenda congelada del presidente del Gobierno.
Sobre todo cuando la Fiscalía ha pedido el archivo de la causa al interpretar que no hay indicios de delito y el propio denunciante se ha desmarcado de su propia denuncia al decir que "serán quienes las publicaron quienes asuman la falsedad de los hechos".
La intención de Manos Limpias, que ni siquiera prevé transformar la denuncia en querella, parece evidente: agitar el avispero, aun sin palo con que hacerlo.
Por esta razón, un día y medio después de la publicación de la carta, la conclusión sigue siendo la misma que EL ESPAÑOL expuso ayer. Sánchez ha sobrerreaccionado a un procedimiento legal sin sustancia, y ha incurrido en una irresponsabilidad al suspender su acción de Gobierno durante cinco días y mantener en vilo a 48 millones de españoles.
También lo ha sido alargar el camino emprendido y no corregir un error que lo acompañará en su historial político.
Si Sánchez ha dado al fin con su veredicto, será mejor que interrumpa la intriga. Que lo comparta este viernes mejor que el lunes. Lo último que necesita un país desestabilizado es una nueva escalada de inestabilidad.
El letargo de la razón de Sánchez ya produce monstruos. Las federaciones del PSOE están fletando autobuses con destino a Ferraz sin que haya motivos para ello.
Sostienen que es para defender al presidente. Pero ¿para defenderlo de qué? ¿De una acción legal sin recorrido? ¿De los agravios de la derecha que el mismo PSOE emplea contra sus adversarios? ¿De las instituciones judiciales en su conjunto?
Estas movilizaciones hiperventiladas sintonizan con la devoción religiosa por el presidente que profesan organizaciones como la del PSOE de Vigo, que en su respaldo a Sánchez llega a escribir que "la democracia habló y dio tu nombre".
La frase parece sacada de una oración devocional y no del comunicado de un partido socialdemócrata en una sociedad occidental. Es caudillismo puro y duro.
En este diario siempre llamamos a la mesura en la política, con más energía cuando es palpable que el enconamiento parlamentario se contagia a la sociedad. Además, siempre criticamos con dureza el fuego cruzado entre partidos, las declaraciones salidas de tono y las acusaciones insensatas contra familiares del adversario.
La historia enseña que las palabras violentas preceden a las acciones violentas. Y España ha dado al mundo buenas muestras de ello.
Sólo se puede explicar desde el servilismo que Patxi López, exlehendakari y portavoz del grupo socialista en el Congreso, use el lamento del presidente para recuperar el espíritu de la Guerra Civil. "No pasarán", escribió en sus redes sociales.
Son palabras que no pueden tener cabida en el PSOE.
A otra escala, una tertuliana de La 1 pidió la intervención gubernamental de los medios de comunicación y del Poder Judicial durante un debate acerca de la denuncia de Manos Limpias. La mayoría de los españoles no está en esas posiciones antidemocráticas de la izquierda, pero de un presidente del Gobierno se exige una respuesta que no haga oídos sordos a ellas, sino que las combata.
Un fin de semana es suficiente para que España viva episodios indeseables. La petición de este periódico es nítida. Sánchez debe cortar la tensión de raíz. Sea lo que sea que mueve a Sánchez, el amor o la ambición, la estrategia o la pasión, estas no son formas. El Gobierno de la nación no es una novela de aeropuerto.