Carles Puigdemont celebró ayer martes la "resistencia" del Banco Sabadell a su fusión con el BBVA.
"Cataluña necesita que haya bancos de obediencia catalana" ha dicho el prófugo Puigdemont de una entidad cuya sede está hoy en Alicante y que fue la primera en salir de Cataluña tras el estallido del procés en octubre de 2017.
Lo cierto es que el rechazo de la oferta por parte del Sabadell, un banco "desobediente" desde la perspectiva del independentismo dada su salida de Cataluña, no tiene nada que ver con un presunto sentimiento nacionalista sino con la defensa de los intereses de sus accionistas, los verdaderos propietarios de la entidad.
Además, analizar el sector financiero español en términos de terruño es hoy no sólo absurdo, sino iluso.
El rechazo de la oferta del BBVA es el segundo tras el intento de fusión en otoño de 2020. "La oferta infravalora significativamente el proyecto de Banco Sabadell y sus perspectivas de crecimiento como entidad independiente" afirma el comunicado enviado a la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
El Consejo de Administración del Banco Sabadell, una entidad que cuenta con un elevado número de inversores minoristas e institucionales, ha tomado la decisión de rechazar la oferta del BBVA en el marco de sus obligaciones hacia los accionistas y, subsidiariamente, hacia sus clientes y empleados.
No es gratuita la confianza de sus administradores en las buenas perspectivas del Sabadell. La entidad superó gracias a una excelente gestión las dificultades provocadas por la compra del banco británico TSB en 2015. Tras acumular más de 500 millones de euros de pérdidas sólo entre 2018 y 2020, pasó a contribuir con 106 millones a un beneficio total de 564 millones ya en el primer semestre de 2023.
También ha superado con creces, y con un cambio de equipo directivo que ahora lidera César González-Bueno, el retraso en la digitalización y los estragos que causaban en sus cuentas los bajos tipos de interés. Hoy, el Banco Sabadell desempeña un papel relevante como uno de los principales financiadores de las pymes y el sector inmobiliario.
Si la fusión BBVA-Sabadell se hubiera llevado a cabo, el índice que mide el nivel de concentración empresarial superaría levemente los 1.800 puntos. Estaría por tanto en el límite a partir del cual un mercado está "altamente concentrado" (si el sector bancario español fuera un monopolio, su HHI sería de 10.000, el máximo posible).
El sector bancario español ha vivido de hecho un proceso de concentración bancaria acelerada tras la crisis financiera de 2008. En aquel entonces había 88 entidades frente a los 10 grandes grupos que hay hoy en día. De esos diez grupos, sólo tres de ellos son grandes bancos (BBVA, Santander y CaixaBank). El cuarto es el Sabadell. Una fusión de uno de los tres grandes con el cuarto supondría, efectivamente, una merma de la competencia.
Una situación que debe ser tenida en cuenta, pues la falta de competencia encarecería el crédito a empresas y familias. Además, si bien es cierto que el Banco Central Europeo quiere bancos cada vez más grandes y solventes, debería plantearse también el por qué el baile de fusiones no puede hacerse a escala europea y, por ahora, se mantiene sólo a nivel nacional.
Cabe señalar que la oferta del BBVA no es en sí misma negativa. Más allá de las repercusiones en el grado de concentración del sector y las preocupaciones que pueda generar la disminución de la competencia, Banco Sabadell y BBVA son dos entidades solventes y rentables cuya unión podría permitirles competir internacionalmente con mayores garantías de éxito.
Pero la decisión corresponde al Consejo de Administración del Sabadell. Y cualquier resolución que tome el banco en el futuro debe seguir teniendo como objetivo, sin duda alguna, proteger los intereses de accionistas, clientes y empleados. No los de Puigdemont ni ningún otro actor político o económico.