La rotunda victoria de Salvador Illa en las elecciones catalanas de este domingo da un vuelco al mapa electoral de la región y la acerca a la aritmética política del resto de España. Los cuatro partidos nacionales, PP, PSC, Vox y Sumar (Comuns), han pasado de los 61 escaños de 2021 a los 74 actuales. Es decir, Cataluña se sitúa en un escenario opuesto al que dibujaron las elecciones vascas del pasado 21 de abril.

Illa ya ganó los últimos comicios, pero este 12-M ha logrado el mejor resultado del PSC en 20 años, tras mejorar sus números en 9 escaños hasta alcanzar los 42.

Se trata ante todo de un éxito que puede anotarse personalmente. Los socialistas contaban con uno de los mejores candidatos, que se había labrado una imagen de gestor solvente durante su etapa de ministro de Sanidad. Su perfil dialogante y templado, y una campaña de vocación transversal, han contribuido a que la marca socialista haya podido arrebatarle votos a ERC, Comunes y CUP (los tres han caído en escaños), y ha favorecido que Illa pueda aglutinar el voto de la izquierda en torno a él.

En un segundo nivel de consideración, es difícil negar que el triunfo del PSC supone también un éxito para el presidente del Gobierno, que ha obtenido un importante balón de oxígeno al consolidar la tendencia ascendente que ya rubricó en las vascas.

Sería ingenuo obviar que la nueva aritmética parlamentaria catalana tendrá reverberaciones en los equilibrios de la política nacional. A Pedro Sánchez se le abre ahora un nuevo frente en el Gobierno central, que siembra no poca incertidumbre sobre el futuro de la legislatura.

Pero, aun con ello (y con independencia de que Illa pueda gobernar o no), también es cierto que el debilitamiento del independentismo ha sido lo suficientemente pronunciado como para avalar el relato del "pasar página" de Sánchez como fórmula para neutralizar las mayorías separatistas. No hay que olvidar que esta fecha estaba marcada en el calendario político del presidente desde hace años: sería la culminación de su apuesta por la pacificación, y haría ver que todas las concesiones acabaron "mereciendo la pena".

Huelga señalar que el hundimiento nacionalista no cambia nada en lo referente a la condena que merece la amnistía desde el punto de vista ético, ni desde el punto de vista legal y constitucional. Pero sí la refrenda en la tercera de sus consideraciones, la estratégica. 

La amnistía, que ha estado prácticamente ausente durante la campaña, no resulta un elemento tan controvertido en Cataluña. Y por eso ha pasado el filtro de la utilidad política. La estrategia de Sánchez se ha demostrado acertada, al menos en lo tocante a darle la vuelta a la mayoría social en favor de las tesis constitucionalistas.

El descalabro de ERC supone que el independentismo no podrá sumar mayoría en el Parlament ni aun contando con los dos diputados de los ultras de Alianza Catalana, quedándose en 62 diputados. Por primera vez en la última década, el bloque no independentista ha superado holgadamente al independentista, una novedad sustancial en la sociología electoral catalana.

Por lo pronto, es posible expedir el certificado de defunción del procés (y quién sabe si también el de Carles Puigdemont como líder político), toda vez que se ha esfumado la mayoría secesionista que fue revalidada por dos veces tras el 1-O.

Cuesta pensar cómo van a mantener en adelante Junts y ERC su autoridad para ser dignos de una consideración tan selecta como la que le ha venido brindando el PSOE, con toda la parafernalia de sus reuniones en el extranjero, el relator y la mesa de diálogo.

En este viraje de Cataluña hacia la normalización, ha jugado también un papel importante el auge del PP, que ha sido el partido que más ha crecido, y el aguante de Vox. Los notables 15 diputados de Alejandro Fernández, si bien no determinantes numéricamente para entrar en el juego de las combinaciones parlamentarias, ponen al PP en la senda de ser cada vez más relevantes en Cataluña.

Queda por dilucidar si del endiablado paisaje parlamentario arrojado por las urnas este domingo podrá salir una mayoría de gobierno. Los números dan para un tripartito entre PSC, ERC y los Comuns. A priori, y aunque ambas opciones son calamitosas para él, a ERC se le presupone más interesado en desbloquear la situación que en una repetición electoral en la que previsiblemente se hundiría aún más.

En cualquier caso, el hecho de que este éxito de Illa favorezca a Sánchez no debe empañarlo. Es legítima la postura de quienes aspiraban a que del 12-M salieran derrotados a la vez Sánchez y los independentistas. Pero deberán reconocer que esta opción no era posible.

Es preferible que Sánchez haya obtenido un triunfo de una noche con tal de que Cataluña se haya librado del independentismo. Ya habrá ocasión, para quien lo desee, de castigar a Sánchez en las urnas. Por ejemplo, en las elecciones europeas de dentro de un mes.