El primer debate entre el demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump ha demostrado que Estados Unidos se ha convertido en una gerontocracia incapaz de presentar dos candidatos a la altura de los actuales desafíos mundiales.

Lo más violento del espectáculo vino cuando los dos aspirantes, de 81 y 78 años, discutieron sobre quién está en mejor forma y quién tiene mejor hándicap en los torneos de golf. No sólo dieron la imagen de una clase política decadente por su envejecimiento, sino también por su divorcio de la realidad.

El peor parado fue, con diferencia, Biden. Puede que sea un buen presidente. Pero no cabe duda de que es un mal candidato.

En un momento decisivo para la historia de Estados Unidos, ante la posibilidad de retorno del hombre que instigó el asalto del Capitolio, los demócratas deben asumir otros riesgos. Será más sencillo movilizar y concentrar el voto antitrumpista con un candidato más joven y más inspirador que el actual presidente. Con Biden, los demócratas perderán la Casa Blanca. 

Es cierto que las elecciones quedan demasiado cerca, en noviembre, y que la convención de los demócratas de agosto ofrece poco margen para improvisar y promocionar a un nuevo candidato.

Pero los tiempos extraordinarios requieren medidas extraordinarias, y Estados Unidos está familiarizado con la construcción de líderes surgidos de la nada, como Bill Clinton o Barack Obama. Los demócratas pueden compensar el revés de la falta de tiempo con la urgencia de millones de ciudadanos de encontrar una alternativa atractiva al convicto Trump.

Conviene ser francos. El principal desafío de Biden en el debate era demostrar a sus votantes de 2020 que sigue teniendo lo que hay que tener para permanecer en el cargo. Fracasó. Todo lo que pudieron ver los telespectadores fue un hombre mayor con voz apagada, malos reflejos y sin músculo para contener el torbellino trumpista. El equipo republicano tiene razones de sobra para sentirse reforzado tras el debate.

Incluso en su versión más calculadamente comedida, Trump es el alarmista, manipulador y creador de bulos de siempre. Afirmó que Biden está abriendo las fronteras a terroristas, criminales y enfermos mentales para "destruir el país", pues están tomando ciudades de California o Nueva York para "matar a ciudadanos a un nivel nunca visto". Se inventó que Biden es el "candidato de Manchuria". Lo acusó de estar empujando al mundo "hacia la Tercera Guerra Mundial". Insistió en que las elecciones que perdió estaban amañadas.

Biden no reaccionó con la mínima contundencia esperable. Dejó campo abierto al manual populista y las locas teorías de Trump, y dio alas a unas inclinaciones autocráticas apenas disimuladas. Ni siquiera supo aprovechar a su favor la buena marcha de la economía durante su mandato, las políticas sociales más populares para sus votantes o el tirón de la defensa del aborto, que fue decisiva para su victoria de 2020.

Trump quiso convencer a los estadounidenses de que su país es un infierno con Biden, en contraste con el paraíso que era cuando él gobernaba. Y el demócrata careció de la pasión, que no de los datos, para desmontarlo.

Si la esperanza era que Biden recortara distancia anoche con Trump, con el republicano por delante en las encuestas, este debate no servirá de ayuda. Más bien entierra el espíritu de remontada y justifica todavía más las dudas sobre la idoneidad de Biden para competir con Trump en unas elecciones extraordinarias. También para Europa.

Porque, a este lado del océano, la victoria de Trump potenciaría las divisiones políticas y fortalecería los movimientos nacionalistas, antagonistas del proyecto común. Es cierto que el republicano sostuvo que no quiere abandonar la OTAN, sino repartir más la factura, y que "no son aceptables" las condiciones de la última oferta trampa de Putin sobre Ucrania.

Pero su postura sigue siendo demasiado ambigua y sólo aporta incertidumbre a una Europa incapacitada para garantizar su seguridad por sí misma.

El primer debate debe dejar lecciones ineludibles para el próximo duelo. A los demócratas, que es el momento de asumir riesgos y de buscar un candidato más sugerente que Biden. Al conjunto de los estadounidenses, que deben reciclar los liderazgos y evitar una espiral decadente que recuerda inquietantemente a los últimos años de la Unión Soviética, con presidentes seniles como Breznev, Andropov y Chernenko.